Cayó el Academia Octavio en su visita al Quabit Guadalajara. Derrota asumible, pero dolorosa por su resolución. La escuadra viguesa, a remolque durante casi todo el choque, supo llegar con vida al último ataque. Tuvo el empate en su mano. Falló, aunque mucho tuvieron que ver los árbitros en ello.

Habían pitado bien los Gude Prego. Al arbitraje de Asobal, en caso de igualdad en la jerarquía de los contendientes, ya se le presupone el carácter casero. En tal sentido, se habían mostrado equilibrados hasta ese instante decisivo. Amenazaban tempranamente con pasivo la circulación académica, apresurándolos en su estilo combinativo. A cambio, no les había temblado la mano en el reparto de exclusiones, con ventaja para los vigueses (sufrieron cinco, por ocho de los locales). Pero esa equidad se rompió a dos segundos del final.

Fue la suya una justicia ciega, que es lo que supuestamente se quiere, pero esta vez los hermanos se pusieron la venda para ignorar lo evidente. El Octavio buscaba el empate en la última acción. Quique Domínguez la preparó en el tiempo muerto. El balón llegó al extremo de Cerillo y este, en vez de tirar, se la colgó a Polakovic. De la Salud obstaculizó ilegalmente el "fly". Claro penalti por invadir la zona y contactar en el aire con el eslovaco. El técnico local, Mateo Garralda, había preparado el escenario. Durante el tiempo muerto había protestado airadamente la falta en ataque señalada anteriormente a un jugador suyo. Se había ganado la tarjeta amarilla. Había invertido en la posibilidad de una acción confusa. Su enfado aún le latía a los colegiados, que decidieron dejar que el choque se muriese sin señalar los siete metros.

De poco sirvieron ya los amargos lamentos de Quique Domínguez y sus jugadores. Inician los duelos contra rivales directos por la permanencia con derrota, asumible por ejercer de visitantes. Tal vez la directiva presente una queja formal ante la Federación. Por certificar el obvio perjuicio. Lo útil es que la escuadra se centre en aquello que sí puede manejar. Porque no realizó un buen encuentro.

El Octavio arrancó con fuerza, con Cacheda a las riendas. Forzó exclusiones rápidas y llevó el marcador a un 5-8. Con todo, empezó a larvar su ruina en esos instantes. Pudo lograr incluso una mayor renta. El Quabit, en cambio, aprovechó la primera exclusión a su favor para voltear el choque. Firmó un parcial de 6-0 (11-8) que puso el partido en las magnitudes que a partir de entonces se manejarían.

Al Octavio le faltó chispa. Su juego combinativo careció de la claridad de otras ocasiones. Faltó rapidez para aprovechar las numerosas pérdidas locales. Y la primera línea no conectó tanto con el pivote como hubiera sido deseable. Cierto que la precipitación arbitral con el pasivo aportó un punto de presión sobre el conjunto vigués.

El Quabit, con una propuesta mucho menos elaborada, centrada en sus lanzadores exteriores, amagó con romper el partido varias veces a lo largo de la segunda parte. La inspiración de Chantada, extraordinario en el cara a cara, lo impidió. El Octavio exhibió voluntad y acabó por acortar las distancias. Dispuso de varios ataques para lograr la igualada. Pagó su escasa efectividad, ya que dispuso de casi diez tiros más que los guadalajareños. Finalmente llegó esa última ocasión, imaginativa y al fin bien elaborada, pero que De la Salud, el mejor local, supo interrumpir con la colaboración arbitral.