Branch Rickey, el principal accionista de los Dodgers de Brooklyn, se reunió en 1945 con un prometedor jugador de los Kansas City Monarchs llamado Jackie Robinson. Rickey, como muchos otros propietarios de clubes, buscaban en aquel tiempo jóvenes talentos negros con el fin de incorporarlos a sus plantillas. El béisbol –en su faceta profesional– todavía era un deporte jugado por blancos para blancos, pero los rumores acerca del fin de segregacionismo en las Grandes Ligas eran cada vez más fuertes y nadie quería quedarse desplazado. La Segunda Guerra Mundial había laminado algunas plantillas, escaseaban los jugadores de calidad y la Negro League –la competición que reunía a equipos formados exclusivamente por gente de color– aparecía como un buen lugar donde abastecerse. El caso era atreverse a ser el primero en dar ese paso.

El dueño de los Dodgers le explicó sus intenciones de la forma más contundente posible. Le dijo que nada sería sencillo, que le insultarían, que habría compañeros de su propio equipo que le volverían la espalda, que le provocarían los rivales, que parte de la prensa arremetería contra él y que el público convertiría para partido en una exigente prueba. Vamos, que su vida se convertiría en un pequeño infierno. Robinson, que tenía por aquel entonces 26 años, le respondió "usted necesita un jugador fuerte que pueda pelear". Rickey, personaje encomiable y enemigo declarado de cualquier actitud racista, corrigió a Robinson: "No, lo que necesito es alguien todavía más fuerte que evite pelear". Así se comprometió con los Dodgers.

El problema aún no estaba resuelto porque la postura de la Liga era clara: los negros no podían jugar al béisbol profesional. Nadie representaba ese papel mejor que el comisionado Landis, el hombre que llevaba más de treinta años al frente de la organización y que había devuelto la credibilidad a la Liga tras el escándalo de los "medias negras", cuando en 1919 los White Sox de Chicago vendieron las Series Mundiales. Se había ganado el poder que tenía. Desde que tuvo conocimiento de las negociaciones abiertas por diferentes clubes con algunos jugadores de color trató de boicotearlas y se lo tomó casi como un ataque personal. Racista, opresor e intolerante, Landis amenazó a los clubes y aseguró en público que "los negros no pueden convertirse en una atracción deportiva". Entendía que ya tenían su propio campeonato y que no había razón alguna para aceptar su participación en el principal torneo del país. Pero el intransigente comisionado falleció repentinamente ese mismo año y Jackie Robinson se libró de golpe del principal obstáculo para vestir la camiseta de los Dodgers. Albert "Happy" Chandler, su relevo, era una persona con una mentalidad mucho más abierta. Los clubes le insistieron en la necesidad de romper para siempre esa barrera social por el bien del espectáculo y también del negocio. Así fue como el equipo de Brooklyn anunció el fichaje de Robinson que pasó un año de transición en Montreal, el filial de los Dodgers en las Ligas Menores.

Robinson tenía la mentalidad y el físico para triunfar en el deporte algo que venía de familia porque su hermano Mack fue el segundo clasificado en la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, prueba en la que solo el legendario Jesse Owens pudo con él. Criado por su madre en Pasadena llegó a la Universidad de UCLA donde fue el primero de su historia en representarlo en cuatro deportes (atletismo, baloncesto, béisbol y fútbol americano). Valía para cualquiera de esos deportes aunque en un principio parecía que su camino estaba destinado al fútbol americano. Se alistó después del ataque de los japoneses a Pearl Harbour y durante su estancia en el ejército protagonizó un acto que le hizo famoso cuando le pidieron en un autocar militar que se sentase en la parte trasera porque los asientos delanteros estaban reservados a soldados blancos. Se negó a moverse y fue arrestado por la policía militar. Se le juzgó y salió absuelto poco antes de licenciarse con honores.

Estas experiencias revelaban que se trataba de un hombre mentalmente fuerte y preparado para soportar la experiencia a la que iba a enfrentarse. Y eso es precisamente lo que quiso comprobar Branch Rickey el día que se entrevistó con Jackie Robinson. Sabía que era un buen jugador, pero lo que le inquietaba era si podría resistirlo. El 15 de abril de 1947 los Dodgers anunciaron que Robinson debutaría en el Ebbets Field ante Boston. En el momento en que pisó el campo cayó una de las grandes barreras raciales en los Estados Unidos.

Pero la primera temporada no fue sencilla para Robinson que se enfrentó a toda clase de desprecios. Tal vez el más doloroso fue el de buena parte de sus compañeros de vestuario. La plantilla de los Dodgers amenazó con hacer un plante por la presencia de un jugador negro en el equipo. La rebelión fue sofocada por el entrenador Leo Durocher con otra frase antológica. Reunió a todos los jugadores y les dijo: "No me importa si este tío es amarillo o negro y si tiene rayas como una puta cebra. Soy entrenador de este equipo y digo que juega. Es más, os digo que nos va a hacer ricos a todos". Desde ese momento la resistencia en el seno de los Dodgers comenzó a rebajarse. Pero no fuera de Brooklyn. Robinson era provocado de forma insistente por los rivales. Algunos le escupían en los pies, otros le lanzaban la bola al cuerpo –lo que le produjo alguna pequeña lesión–, llovían amenazas de muerte y desconsideraciones de todo tipo. Robinson soportó todo con estoicismo demostrando precisamente que era "fuerte para evitar la pelea" como le dijo el propietario Rickey. El equipo más hostil eran los Cardinals de Saint Louis que primero amenazaron con una huelga y, al ver que no iba demasiado lejos recurrieron a actos tan poco edificantes como lanzar gatos negros al terreno de juego.

Pero también hubo comportamientos y actitudes edificantes. La más conocida fue la de Pee Wee Reese, compañero de los Dodgers, que ante los gritos que aún recibía de la grada se acercó durante un partido y le rodeó con su brazo mientras caminaba a su lado. "Se puede odiar a un hombre por muchas razones. El color no es uno de ellos" dijo cuando le preguntaron por su detalle.

Robinson ganó aquella batalla. Soportó durante años humillaciones e insultos, pero enseñó el camino a una serie de jugadores negros que fueron llegando con cuentagotas a las Grandes Ligas. No fue un aluvión como algunos llegaron a decir, pero él derrumbó la puerta que los jugadores de color no eran capaces de abrir. Como jugador fue elegido novato del año y ayudó a que los Dodgers estuviesen seis veces en las Series Mundiales (un solo título) durante los once años que vistió la camiseta con el número 42. Murió en 1972 y su camiseta fue retirada. Todos los 15 de abril, en homenaje a Robinson, los jugadores de las Grandes Ligas llevan el número 42 en sus camisetas. Un digno tributo.