Dooley nació en Sheffield en 1929, una de las principales cunas del fútbol. Hijo de obreros, se incorporó al mercado laboral con apenas catorce años. Compaginaba su trabajo con el fútbol, una pasión que fue creciendo de forma incontrolable dentro de él. No tardó en hacerse un hueco en uno de los equipos aficionados de la ciudad donde, en principio, le acomodaron en el centro del campo, algo a lo que se oponía de forma vehemente. Derek quería ser delantero y al final su insistencia tuvo premio ya que los técnicos se decidieron a probarle en punta.

Comenzó a acreditar unas notables condiciones como goleador lo que comenzó a situarle en el punto de mira del resto de equipos de Sheffield. El Lincoln le incorporó con 16 años y dos después llamó a la puerta de su casa Eric Taylor, responsable técnico de Sheffield Wednesdey, que le fichó de inmediato. Dooley comenzó jugando en el equipo de los reservas (lo más parecido a un filial que hay en Inglaterra y donde se foguean los jóvenes proyectos de futbolista) y la curiosidad por él siguió en aumento. Hacía goles con relativa facilidad (llegó a meter ocho en un partido) y en 1950, con 21 años, el Wednesdey le dio la oportunidad en el primer equipo. No llamó la atención en exceso y eso le devolvió al cuadro de reservas, a los partidos de los miércoles, como les gusta decir en Inglaterra. Tras el descenso en 1951 Dooley se incorporó definitivamente al primer equipo y su irrupción fue escandalosa. Sus prestaciones fueron esenciales para conseguir el ascenso a la máxima categoría. Marcó la friolera de 46 goles en una temporada, un récord que aún permanece vigente en el Wednesdey y que, salvo milagro difícil de prever, durará eternamente. La gente le adoraba. Uno de los suyos era el estandarte de un equipo que aspiraba a recuperar la gloria perdida. La temporada 1952-53 en Primera arrancó de manera esperanzadora. El equipo se encontraba instalado en la zona media de la tabla y Dooley había conseguido 16 goles en 24 partidos. Incluso su nombre comenzaba a sonar en los despachos de la Federación Inglesa para formar parte de la selección.

Todo cambió el 14 de febrero de 1953 en el partido contra el Preston. En un momento del partido Dooley se fue a buscar un balón largo de forma decidida, como hacía siempre, y se encontró con George Thompson, el portero rival. El choque resultó estremecedor. El delantero se quedó dolido en el campo y de inmediato se advirtió la gravedad de la lesión. Se había fracturado la pierna por dos sitios y tuvo que ser operado de forma inmediata. No tenía sencillo regresar a los terrenos de juego, aunque tras la intervención los médicos albergaban serias esperanzas. El día que iba a ser dado de alta una enfermera comprobó que no sentía cuando le tocaba el dedo gordo del pie y sonaron todas las alarmas. Una infección provocada, según parece, por los productos con los que se pintaban las rayas del campo había provocado una gangrena que obligaba a amputarle la pierna. Un drama para él y para la afición de Sheffield. Volvió a ser intervenido y su carrera terminó para siempre.

Los periodistas esperaron impacientes a las puertas del hospital. Aguardaban las imágenes de Dooley y el testimonio de alguien que de repente, con 25 años, seis meses después de casarse, se había quedado sin su sueño, sin su pasión, sin su oficio, sin el fútbol. Y entonces, cuando todo el mundo esperaba un testimonio desgarrado, triste, dolido se encontraron con una frase inmortal: "Me da igual que me corten la pierna. Seguiré en el fútbol de cualquier manera y no me importará que me utilicen como banderín de córner". La cita causó una enorme conmoción, un impacto gigantesco en la opinión pública y en los medios de comunicación que se rindieron a la personalidad de Dooley y a su amor al deporte. Se le organizó un partido de homenaje entre los dos equipos de Sheffield y el éxito fue abrumador. Dijeron que la frase tuvo mucho que ver en ello, que los aficionados entendieron que allí había un individuo que había sido capaz de transmitir, en una situación personal terrible, el mismo cariño que ellos sienten por el fútbol.

A partir de ahí Dooley desarrolló una discreta carrera como entrenador del Wednesdey. Fue despedido en 1973 tras una seria crisis de resultados, algo que le generó una profunda tristeza hasta el punto de jurar que no volvería a pisar Hillsborough. Tardó veinte años hasta que en 1993 aceptó una invitacion para asistir al derbi de la ciudad. Entró en el estadio y las hinchadas de los dos equipos se pusieron en pie para dedicarle una de las grandes ovaciones que jamás se han escuchado en ese estadio. Dooley murió en 2008 y los homenajes se han sucedido de forma interminable en memoria de un futbolista que resumió en una frase inmortal el amor por el fútbol.