El sol ha vuelto a salir en Vigo. En Balaídos la gente golpea con el codo al vecino de asiento y pide que le pellizque para comprobar que no asiste a una alucinación, a un sueño. Acostumbrados a la angustia, el tedio y la tragedia de las últimas temporadas, el aficionado del Celta había empezado a perder la esperanza de que habría un mañana mejor. Se equivocaban por completo. Ese mañana hermoso y soleado, con los pajarillos cantando, ha llegado a Vigo de la mano de un Celta que ayer firmó ante el Alcorcón su mejor partido en varias temporadas ante sus aficionados para sumar su sexta temporada consecutiva y encaramarse a lo más alto de la clasificación.

El Celta fue un ciclón de principio a fin. En el sentido físico y en el futbolístico. Es imposible encontrar algo que los de Paco Herrera hiciesen mal. Dan ganas de hacerlo para no caer en un exceso de complacencia, pero sería injusto. Los vigueses parecieron de una categoría superior. Habían apuntado multitud de detalles interesante en las jornadas anteriores, pero ayer escribieron su mejor obra. Arrollaron desde el pitido inicial a un Alcorcón al que le sirvió de poco su generosidad en el esfuerzo. Los madrileños son un equipo complejo, que aprieta, que reduce los espacios y que convierte los partidos en una batalla física en la que tratan de imponer la asombrosa corpulencia de sus jugadores. Sin embargo fueron un juguete en manos de un Celta pletórico, desatado, intenso, que reunió precisión con velocidad y que siempre jugó con la cabeza puesta en la portería rival.

Poco importó la ausencia de Trashorras. Es más, el Celta lo agradeció en gran medida porque Joan Tomás añadió más presión, más trabajo, más velocidad y dosis parecidas de talento. El de Rábade juega a un ritmo diferente y tiende a condicionar en exceso el juego del equipo. Liberados de ese "freno" y amparados por un doble pivote que estuvo en todas partes (Bustos y López Garai) para barrer cuanto caía en el medio del campo, el Celta se lanzó como poseído en busca del gol hasta caer casi en el abuso. David Rodríguez y De Lucas fueron un martirio para los voluminosos centrales del Alcorcón que les perseguían como buenamente podían y que quedaron retratados. Así, el Celta fue acumulando ocasiones que unas veces se fueron al palo (disparo de De Lucas) y en otras acabaron en las manos del portero (David Rodríguez). El Alcorcón resistió solo hasta el minuto trece cuando en una contra el balón cayó a Joan Tomás, quien esperó pacientemente la incorporación de Roberto Lago. El del Calvario disparó desde la frontal del área y colocó el balón lejos del alcance del portero.

El Alcorcón no tuvo nada que decir a partir de ese instante en el partido. Se quedó mudo, persiguiendo sombras por Balaídos, mientras el Celta le abría costuras en su defensa con una sencillez sobrecogedora. Tres pases eran suficientes para generar una ocasión clara; dos paredes en el medio del campo dejaban a los de Anquela descompuestos. Era un milagro que los vigueses solo llegasen con 1-0 al descanso.

Esa ilusión de sentirse vivos les duró poco porque el Celta salió en el segundo tiempo si cabe con un punto más de intensidad y de brillo. Joan Tomás, en el primer minuto, colocó un balón en la espalda de los centrales que David Rodríguez –el tipo de de delantero que no concede un respiro a su marcador– resolvió con un remate propio de un delantero llamado a cosas importantes. Metió la puntera la justo para enviar el balón al segundo palo. Este chico ha aprendido a evitar trámites ante los porteros y no es casual que acumule ya seis goles en lo que va de temporada. Posiblemente en sus números esté el destino del Celta. A partir de ese momento los ataques se sucedieron como fogonazos. Los de Herrera robaban y con un simple acelerón alcanzaban el área madrileña. Así llegó el tercer gol obra de Joan Tomás y pudieron caer algunos más que se fueron al limbo por falta de puntería. El Celta replegó velas en los últimos minutos y comenzó a dar descanso a sus jugadores de ataque para que recogieran la ovación de un público que ayer creyó vivir un sueño. Hoy cuando vean la clasificación y encuentren al Celta en lo más alto entenderán que lo de ayer no fue producto de su imaginación. Fue tan real como las patéticas temporadas anteriores. Pero ha llegado el momento de disfrutar.