Karpov y Kasparov han protagonizado el enfrentamiento más largo y enconado de la historia del ajedrez mundial. Cuando se sentaban en la mesa se enfrentaban dos modos diferentes de entender el ajedrez, la vida y la política. En 1984 Karpov estaba en su absoluta plenitud. Tenía 33 años y venía de conquistar el título mundial dos veces consecutivas contra Víktor Korchnoi. Karpov, muy próximo al Partido y fiel defensor de las ideas comunistas, era el jugador del régimen y representaba a la perfección el modelo soviético. La defensa del título debía hacerla contra Kasparov, un descarado de 21 años nacido en Bakú que desde los 17 era maestro internacional. El de Azerbaiyán era un tipo de fuerte personalidad, con convicciones políticas mucho más abiertas y que en sus intervenciones públicas abogaba siempre por el "cambio necesario" en la Unión Soviética. Florencio Campomanes, el filipino que gobernaba en el ajedrez mundial, supo ver el impacto mediático que tenía el duelo entre dos genios que representaban modelos tan opuestos y que se odiaban hasta lo más profundo. Explotó el producto, llegaron decenas de enviados especiales a Moscú y la televisión entró de lleno en este irrepetible mano a mano. Los equipos de ambos acordaron que sería campeón el primero que alcanzase seis victorias y que las tablas no puntuarían, lo que según todos los analistas garantizaba un enfrentamiento extremadamente largo. No imaginaban hasta qué punto.

El 10 de septiembre arrancó el enfrentamiento con Karpov como un verdadero ciclón, lanzado a por Kasparov en las partidas en las que jugaba con blancas y defendiendo con tranquilidad con negras. El de Bakú, joven e impetuoso, estaba cayendo en las garras del frío y seguro Karpov. Tras las primeras nueve partidas el campeón del mundo ganaba por un insultante 4-0. En la partida 27 llegó el 5-0 que ponía a Kasparov contra las cuerdas y un tanto fuera de sí porque estaba siendo atropellado por un Karpov que estaba disfrutando con la ansiedad del joven aspirante. Kasparov trató de frenar sus ansias y consiguió que el duelo se estirase ante la desesperación de un Karpov que se empezaba a impacientar porque no acertaba a darle el golpe de gracia. Su juego era cada vez más reservón y psicológicamente seguía bajo los efectos de la partida 31 en la que tuvo a su rival muerto, pero en el que cometió un error grave que Kasparov aprovechó para forzar unas milagrosas tablas. Hubiese significado el 6-0 y posiblemente la tumba eterna para Kasparov. La historia del ajedrez no habría sido la misma. Semejante humillación hubiese arrebatado al de Azerbaiyan su glorioso futuro. Consternado por el error Karpov cede su primera derrota en la partida 32. Llegan a continuación catorce tablas consecutivas que van castigando la resistencia de los jugadores. Kasparov, más fresco que su rival, se lleva la victoria en la 47 (con negras) y 48. El marcador se estrecha, 5-3. El campeón está cada vez más demacrado y se calcula que ha perdido casi diez kilos desde que comenzase en septiembre el duelo. Estamos ya en febrero, han pasado más de seis meses y los enviados especiales han comenzado a regresar a casa porque sus empresas no pueden permitirse el lujo de mantenerles en Moscú. Las imágenes de ambos dejan de estar en la portada de los periódicos y el enfrentamiento se traslada de lugar (a una habitación interior de la Casa de los Sindicatos). Entonces, de repente, Florencio Campomanes convoca una rueda de prensa y ante el asombro de todo el mundo anuncia que el duelo se suspende y anula el campeonato alegando cansancio de los jugadores: "Esto no puede ser una carrera de resistencia" dijo el filipino ante la indignación de Karpov –que estaba a un solo triunfo del título–y sobre todo de Kasparov, que venía remontando y amenazaba seriamente a su oponente. Nunca se supo la verdad, pero todo el mundo vio en la decisión la mano de las autoridades soviéticas que no podían permanecer de brazos cruzados mientras "su hombre" cedía el trono a un personaje tan incómodo como Kasparov. Meses después jugarían el segundo de los cinco electrizantes duelos (144 partidas) por el título mundial que librarían estos dos talentos. Pero ninguno puede compararse al de 1984.