No me gusta la cultura de la culpa, pero si el año pasado los españoles, a través de las urnas, le mostraron por dos veces un "no" y los políticos del Congreso de los Diputados también un "no" en su investidura fallida y, viendo la baja cosecha de votos, donde parece que los partidarios del PSOE se han dado a la fuga, tendría que recapacitar y enfrentarse a las consecuencias. Pedro Sánchez sigue estando convencido de su sabiduría y quiere volver a ser líder del Partido Socialista, como el dirigente de una orquesta que sigue tocando imperturbablemente mientras el "Titanic" se hunde. La actitud de esta política simboliza exactamente la amenaza profunda del hundimiento de su partido. Aquel que fuera el baluarte indestructible de hace años de aquellos trabajadores se está derritiendo como el hielo.

La mayor atención va sobre el combate del poder, donde Sánchez se presenta como un líder invencible y esto ilustra perfectamente que sus ambiciones personales están por encima del partido; y también su hipocresía, comportamiento populista y pensamientos paranoicos.

Por todos los contornos vemos un amor fingido de víboras, donde la genialidad de sus ideas populistas, como la "Alianza del Progreso" que no prosperó el verano pasado, la quiere volver a vender con una fecha caducada y las consecuencias serán que el barco rojo pueda zozobrar.

Dice que quiere derrotar a Rajoy, pero está engañando a sus seguidores. Primero tendrá que derrotar a Pablo Iglesias, pues los votos de Podemos fueron antes socialistas. Nos damos cuenta de que estamos ante un socialista radical.