El pasado domingo, 13 de noviembre, se conmemoró en París, con un sobrio homenaje colectivo a las víctimas, el primer aniversario de los atentados terroristas que el 13 de noviembre de 2015 le costaron la vida a 137 personas y en los que resultaron heridas otras 415. La deseada unidad, que se mantuvo a raíz de la primera gran oleada de atentados en enero de 2015, se vino abajo después con las masacres de noviembre y la de Niza, el 14 de julio. Los vaivenes y las dudas legislativas del presidente Hollande han aumentado la preocupación en los ciudadanos y han dado aún más alas al Frente Nacional de Marine Le Pen. Mantener viva la memoria de las víctimas es una manera justa, digna y eficaz de afrontar la amenaza. Pero es insuficiente si no se comprende el fenómeno en su totalidad. Ante la radicalización de algunos sectores del Islam, hay que seguir exigiendo al propio Islam una posición nítida de condena y distanciamiento. Y hay que afrontar, sobre todo, el fenómeno alarmante de quienes están y viven entre nosotros, y desde el nihilismo más atroz utilizan el Islam como coartada para enrolarse en las filas de la yihad y esconder así la falta de sentido con la que afrontan su propia vida.