Quisiera enviarle desde aquí mi más sincero agradecimiento a nuestro obispo de Tui-Vigo, don Luis Quinteiro Fiuza, por la magnífica conferencia que pronunció esta semana con motivo del Año de la Misericordia. Nos recordó, por ejemplo, que Cristo siempre tuvo un gran protagonismo en la vida de los gallegos. Durante quince siglos seguidos, Galicia fue netamente cristiana. Es hoy cuando de forma muy abrupta parece que nuestra sociedad quiere romper con esta tradición secular. Pero esta aparente nueva realidad no oculta la verdad, que es que hoy Cristo sigue tan presente en la calle como siempre antes lo estuvo. Que muchos no lo quieran ver, y que otros se ocupen de poner obstáculos para dificultarle a la gente su presencia, no quiere decir que Él no este ahí. No hay un solo vigués descreído que hoy mismo no tenga oportunidad de llegar a la noche sabiendo que Él existe. Solo necesita salir a buscarle con humildad y estando dispuesto a dar dimensión a su mensaje. A Cristo ya le matamos entre todos hace veinte siglos, pero después de la cruz Él resucitó. He ahí el mensaje. Él vino aquí para salvarnos. Quien le busca no tarda en saberlo.

Este descubrimiento es personal, nadie lo puede hacer por nadie, eso es evidente, pero llegar a él es encontrar el camino, y a partir de ahí la alegría le inunda a uno de forma constante.

Son miles las personas que hoy atienden la llamada a la espiritualidad en direcciones muy diversas. La oferta de alternativas espirituales es muy completa: taoísmo, budismo, cienciología. Existe ya incluso una espiritualidad cuántica. Nos lo ha recordado don Luis. Pero todo esto son creaciones del hombre que a nadie llenan. No más, desde luego, que acudir al psicólogo para curarse uno de un mal de amores. Son productos todos ellos en los que el hombre es quien crea a dios. Es un dios chiquitito, de dimensión humana. Cuando sin embargo lo cierto es que tenemos un Padre que nos creó a todos, que fue quien nos dio vida, y al cual no hace falta ir a buscarlo a ninguna parte lejana, pues está junto a nosotros allá donde nosotros estemos, día y noche, y miremos hacia donde miremos.

Es cierto que después de unas cuantas décadas en las que se ha subrayado sin descanso cada defecto y error que cometieron muchos hombres de la Iglesia, nuestra sociedad parece estar atravesando un periodo de gran desafección hacia el catolicismo. No es raro, por otra parte, que esto sea así, si todo lo que a ella le pueda hacer daño tiene una resonancia inmediata en los medios, y todo lo que es luz, que es muchísimo más, se silencia. Pero la gente se equivoca en una cosa. La Iglesia no está para que la sigamos a ella. La Iglesia no quiere que lleguemos hasta ella por ser ella el fin. No nos distraigamos con quienes desvían su camino y yerran. Lo que quiere la Iglesia es que acudamos a ella para hablarnos de Cristo, nuestro Salvador, que es a quien realmente debemos llegar. Porque es Cristo o es nada. Y es precisamente por esto por lo que debemos admirar y querer a la Iglesia. Porque es gracias a ella, y a sus veinte siglos de testimonio continuo, que nosotros conocemos a Cristo. Él lo quiso así. La fe se enciende al contacto de la fe, de hombre a hombre, de mujer a mujer, de generación a generación. De obispo a obispo. Muchas gracias don Luis por ofrecernos su testimonio.