Aeropuerto Sá Carneiro de Oporto, 15 horas del viernes 8 de enero, abarrotado, se habla castellano y gallego más que portugués. Acudo a llevar a Aida y a Bianca a tomar el avión que las conduce a su Erasmus. Están contentas, son felices y amigas. Una viguesa y celtista, la otra coruñesa y deportivista. Insisto, son amigas que han decidido estar por encima de mandatos políticos y respetarse sin renunciar a sus convicciones o a sus raíces. Disfrutan de esta oportunidad y valoran su suerte. Esa misma suerte que le ha sido esquiva a otros muchos viajeros. Pasajeros que, castigados por la avaricia e indolencia de otros, han tenido que buscar su vida en lugares lejanos; viajeros que, en contra de su voluntad, viven lejos de sus casas y de los suyos, pero valorados por su esfuerzo en su segundo hogar.

Jóvenes cualificados, honestos, trabajadores, sensatos y sobradamente preparados que, ignorados en su patria e invitados a salir por su propio Gobierno, no han tenido más remedio que emigrar.

La abuela llora, le tiembla el mentón y no es capaz de hablar con normalidad. Su nieto, su niño, se va al extranjero de la misma forma que ya lo había hecho antes su padre, al que jamás volvió a ver; o su hermano mayor, que cuando volvió no lo conocía; 40 años son demasiados para no ver a un hermano. Y ahora el niño, su niño. ¿Por qué?, con lo bueno que es, con lo mucho que estudió y se esforzó.

La abuela llora, como lloran miles de abuelas y madres cada día por tener que volver a ver las páginas más tristes de la historia de este país.

Mientras tanto yo observo. Probablemente me esté haciendo mayor y lloro, lloro con ellas de angustia, de frustración e impotencia viendo cómo el país con que había soñado se esfuma ante mí con insultante facilidad, sin resistencia. Luego invito a pensar, a revelarse contra esta injusticia que amenaza seriamente el porvenir de mis hijos y de todos los de Galicia y España. Insisto, pienso y saco conclusiones, que son las mías y no comparto, porque cada uno debe de sacar las suyas, las que son fruto de sus reflexiones y luego actuar en consecuencia, desde la ley, desde la ética y desde los más hondo de mi corazón.