Un tardoadolescente les dice a sus padres: "Me voy de casa, estoy harto de aguantar vuestros sermones, de vuestras normas, de que controléis mi vida, mi horario y hasta mis comidas; ya está, me voy". Y el feliz tontoañero coge su hatillo y cierra por fuera ante la cara de pasmo de sus padres.

A las pocas horas, que ya se ha gastado los pocos cuartos que le quedan en la cafetería, llama a casa pidiendo dinero para alquilar un piso. Su padre de inmediato le hace una transferencia por internet a su cuenta corriente para que pueda pagar el primer mes del alquiler y la fianza. A los pocos días, sus padres contactan con él y le dicen: "Hijo ¿necesitas algo?" y después de enumerar todas las cosas que se había olvidado el chaval en casa, su madre prepara los tupperwares además de los enseres del nene y allá que se va, al apartamento alquilado (que está a 50 metros de la casa paterna), a llevarle la comida, la ropa y el regalo de cumpleaños para su novia.

Esta situación de abuso despótico, que a muchos les sonará familiar, no es nada comparada con lo que pretenden algunos catalanes: independizarse porque "Espanyaens roba" y porque cuando consigan la libertad van a ser todo lo felices que hasta ahora el opresor Estado español les había negado. Pero no quieren la independencia del hijo responsable, sino la del consentido adolescente tonto, hijo de unos padres más tontos todavía que él, que le siguen pagando el piso, la comida, la ropa, el coche, los vicios y el móvil, para que a la "autosuficiente" criatura no le falte ni gloria, mientras sus obedientes hermanos estudian para labrarse un futuro y no tener que sangrar a sus padres, se han quedado sin paga y sin poder salir porque a su padre le queda lo justo para poder mantener al hijo sinvergüenza.