"Independentismo talibanizado", "...nazionalistas normalizadores habituados a atacar en manada", "...jauría azuzada desde A Mesa", "chatarra necionalista", "...ProLingua es una organización que supura podredumbre guerracivilista", "nazionalitarismo"... Este delicado florilegio, cortesía de la pluma de Juan J. Rodríguez Calaza (economista y matemático, además de insultador ocasional en FARO), es solo una minúscula muestra de su sofisticada sutileza.

Hay pullas hermosamente veladas de ironía, hay diatribas divertidamente mordaces...; millas de lodo más abajo, entre los miasmas del mal gusto y el juego sucio, hallamos la procacidad beligerante de Calaza. La persecución, un paso más que obsesiva, a que este avezado libelista somete a sus enemigos ideológicos, es tan furiosa y sañuda, que más que una discrepancia de ideas parece que han abusado de una hermana suya (con todo el respeto lo digo). El mensaje, que es siempre el mismo (una rabiosa y babeante retahíla de insultos terribles contra el nacionalismo y los nacionalistas) pero aprovechando diferentes pretextos circunstanciales, aparece sistemáticamente patinado por una redacción pedante hasta la conmiseración. Porque el autor es orgulloso en cuanto a su categoría intelectual. Obviamente, si se molestara en (si se rebajara a) leer esta carta, lamentaría la cortedad de mi mollera, la decadencia de mi educación, el sectarismo acrítico en que me han confinado años de diabólico adoctrinamiento.

Tres tristes consideraciones: primero, me decepciona que un periódico supuestamente serio publique sin más, y hasta le reserve un espacio privilegiado en su sección de opinión, textos que no pasan de ser curiosos ejemplares para una antología de la injuria; segundo, llama la atención, aunque no es infrecuente, que el autor no alcance a comprender cómo sus artículos/libelos suelen ser una lúcida descripción de su propia actitud hacia los otros: violentamente fanática y vibrante de odio; y tercero, seguramente lo más grave: es constatable que estas oscuras invectivas suelen servir de respaldo intelectual y acicate visceral al enconamiento irreconciliable de los dos extremos.

El señor Calaza es un individuo culto, quizá brillante, pero al hablar de los no centralistas resulta indiscernible de un tertuliano telecinquista. La misma intolerancia que denuncia, con ese apasionado veneno reptiliano, lo está reduciendo a una caricatura provinciana de Hermann Tertsch. Se espera más de él (y de este periódico, desde luego).