La noticia de la beatificación de don Álvaro del Portillo el próximo 27 de septiembre es un momento especial para que se conozca la vida ejemplar de este santo, y para que su ejemplo de vida pueda hacer ver a muchas personas con ojos nuevos. Don Álvaro tenía una gran predilección por los niños y es, precisamente, el milagro que tiene como protagonista a uno de ellos, el que lo convertirá en beato. José Ignacio es un niño chileno que nació en el año 2003 con una grave malformación cardíaca que desencadenó un posterior paro cardíaco así como daños cerebrales y demás complicaciones. La "imaginetta" -como se dice "estampa" en Italia, donde tanto lo quieren- de don Álvaro fue el asidero a donde se agarraron sus padres para rezar por su curación. Don Álvaro entrelazaba la mano de Dios y estos padres en la prueba más dura de su vida. Hoy, José Ignacio es un niño sano y feliz.

Cuenta el personal sanitario que atendió a este santo en la clínica de Navarra -su salud era delicada- que siempre quiso que lo tratasen como a cualquier otro enfermo. Un caluroso día del mes de agosto en que la temperatura superaba los 40 grados, una enfermera le llevó a la habitación un ventilador; él preguntó si los demás enfermos también lo tenían; ante la respuesta negativa, lo rechazó, no quería privilegios. Cuentan las enfermeras que lo atendían que en vez de tratarlo a él, parecía que era él el que cuidaba a los demás. Nadie le ganaba en generosidad; nadie da lo que no tiene.

Visitaba a diario a los niños ingresados en la clínica; se mostraba entrañable, lleno de dulzura, amabilidad y comprensión hacia sus madres. Siempre tenía para ellas palabras de aliento y de esperanza. Se le llenaban los ojos de lágrimas al ver sufrir a los enfermos, cuando él era uno más entre ellos. Para él un enfermo nunca debía de ser tratado como un número; era un ser humano con un nombre, unos apellidos y una familia. Así era don Álvaro, la sombra que más brilló. Don Álvaro, de Madrid al cielo y del cielo al mundo entero.