"La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo." A. Lincoln.

Hay quien dice que la gravedad de la crisis no se podía prever, pensaban que la bacanal duraría eternamente, que la financiación era ilimitada y que los riesgos no existían.

Pero los riesgos existen, y si alguien minimiza los riesgos de fumar dos cajetillas de tabaco al día, pesar 150 kilos, beberse una botella de alcohol al día y alimentarse de comida basura, lo normal es que no llegue a viejo.

Y así nos encontramos ahora en una dieta que nuestra economía tiene que hacer forzosamente, pero en la cual los médicos que deberían curarnos discuten, no se ponen de acuerdo en el tratamiento, algunos nos chupan el tuétano y mientras sus discursos nos dicen que adelgacemos ellos se ceban con la comida que nos quitan.

Pero, hoy no voy a hablar de la falta de miras de nuestra clase política, del tan reclamado pacto de estado entre nuestras clases dirigentes para que todos juntos saliéramos de la crisis, hoy lo que voy a pedir es que entre todos tengamos la altura de miras necesaria para darnos cuenta del momento histórico que vivimos y la madurez que en España hemos tenido en la transición y en momentos históricos como el 23-F.

Porque la decisión de la junta electoral central declarando ilegales las concentraciones el sábado y el domingo, pueden ser el detonador de los estallidos sociales que ya hace tiempo nos vienen vaticinando. Y es que aunque nuestra situación no es comparable con la de los países del Norte de África, el sistema tiene que cambiar, porque la presión que empieza a ejercer la dictadura de los mercados amparada por nuestra clase política tanto española como europea empieza a ser insoportable.

Pero por otra parte, hemos ganado mucho en estos últimos siglos, y debemos de buscar consensos que nos permitan principalmente: mejorar nuestro sistema político para que los ciudadanos nos sintamos verdaderamente representados; reducir la corrupción a la mínima expresión y dignificar a una nueva clase política que trabaje por y para el pueblo; regular a nuestras entidades de crédito y ponerlas al servicio de ciudadanos y empresas en lugar de poner a estos al servicio de estas para incrementar sus cuentas de resultados y rescatarlas cuando los riesgos con los que se han enriquecido accionistas y directivos pasan factura y trabajar para dejar de hablar de una generación perdida, porque sin nuestra juventud no tenemos futuro.