Imagine que una iglesia sacase un altavoz a la calle y obligase a oír misa a todos los ciudadanos en muchos metros a la redonda. Lo lógico sería protestar, pues asistir a misa debe ser algo voluntario. Los ciudadanos no tienen obligación de estar interesados en oírla. Posiblemente habría personas, religiosas, a las que les gustaría, aunque ello supusiera imponer sus gustos particulares a todos los ciudadanos. Serían los gustos de algunos contra los derechos de todos. Imagine, todavía peor, que en vez de una sola iglesia lo hicieran todas las iglesias y fuera imposible caminar por la calle sin oír misa.

Pues eso es lo que pasa con muchos locales de hostelería. Se consideran con derecho a sacar altavoces a la calle e invadir acústicamente el espacio público con sus contenidos sonoros. Claro que hay gente a la que le gusta oír el fútbol o la música de esos locales desde la calle. Pero, como en los casos anteriores, los gustos de algunos no pueden pisotear los derechos de todos. La calle no es una iglesia y tampoco es un bar o un pub. Pero parece imposible caminar por la calle sin tener que consumir obligatoriamente esos productos sonoros. Cuando deja de oírse uno, empieza otro. La hostelería no debe tener la bula que no tienen otros sectores para pisotear un derecho tan obvio como es el de no consumir un "producto sonoro" no solicitado.