Manuela Chavero desaparece un 5 de julio de 2016 de su casa de Monesterio, en Badajoz. Deja la puerta abierta, la luz encendida y no se lleva nada. Es la última vez que se la ve con vida. La Guardia Civil la busca sin descanso en pantanos, fincas, caminos. Nada se sabe de ella ni de su agresor durante 4 años. Hasta que un vecino suyo, Eugenio Delgado, confiesa. Solitario, huraño, raro. Así lo definen en el pueblo. Fue gracias a un agente infiltrado, que se hizo íntimo de Eugenio, como consiguieron que admitiera la muerte. Esa madrugada Manuela fue a su casa, a tan solo 100 metros de distancia, a recoger una cuna que le había prestado. Él asegura que ella se cayó y se golpeó en la cabeza mortalmente. Nunca ha reconocido el crimen, solo que se asustó y trasladó el cadáver en el coche hasta una finca, donde la enterró. Reconstruyó los hechos ante los agentes, ante la ira de vecinos y familiares de Manuela. Su defensa asegura que todo fue un accidente y piden su absolución. La fiscalía y la acusación particular mantienen que Eugenio la asesinó tras violarla y piden para él la prisión permanente revisable.