El consumo desmedido e irracional de antimicrobianos, y en particular de antibióticos, ha pasado de ser una amenaza de cara al futuro para convertirse en un problema real. Esa ingesta arbitraria de fármacos, en la que participan todos los eslabones de la cadena sanitaria -médicos, farmacéuticos y, por supuesto, los consumidores- tiene un precio muy elevado: el aumento de la resistencia a ese tipo de medicamentos, un problema que se registra ya en todas las regiones del mundo, y que puede afectar a cualquier ciudadano, con independencia de su edad, tal y como alertó la semana pasada la Organización Mundial de la Salud (OMS), al presentar su primer estudio global sobre esta problemática que, advierte, podría poner en jaque los avances en salud.

"Si no tomamos medidas importantes para mejorar la prevención de las infecciones y no cambiamos nuestra forma de producir, prescribir y utilizar los antibióticos, el mundo sufrirá una pérdida progresiva de estos bienes de salud pública mundial cuyas repercusiones serán devastadoras", advierte el subdirector general de la OMS para Seguridad Sanitaria, Keiji Fukuda, quien insiste en que los datos "son muy preocupantes y demuestran la existencia de resistencia a los antibióticos, especialmente a los utilizados como último recurso, en todas las regiones del mundo". "El problema es tan grave que pone en peligro los logros de la medicina moderna. Una era posantibióticos en la que infecciones comunes y lesiones menores puedan matar es una posibilidad real para el siglo XXI", subraya.

Cuando el científico escocés Alexander Fleming descubrió la penicilina, los médicos creían que era la panacea, que las infecciones iban a desaparecer, pero no estaban en lo cierto. El propio Fleming ya lo advirtió en 1945, al recoger el premio Nobel de Medicina por ese hallazgo. "Existe el riesgo de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes". Y así fue. Pocos años después, empezaron a surgir las primeras cepas resistentes. ¿Por qué? Según el jefe del Servicio de Microbiología del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), German Bou, la resistencia a los antibióticos "es inherente a la propia vida". "Estos fármacos funcionan matando o impidiendo que crezcan las bacterias, pero también puede ocurrir que algunos de esos microorganismos cambien, se hagan más fuertes y se propaguen. Cuanto más a menudo se use un antibiótico, más probabilidades habrá de que las bacterias se vuelvan resistentes. Esto puede hacer que muchas enfermedades sean muy difíciles de controlar, que los pacientes estén convalecientes durante más tiempo e, incluso, que haya que recurrir a medicamentos más fuertes", advierte.

El doctor Bou insiste, al igual que la OMS, en que el aumento de la resistencia a los antibióticos empieza a ser ya "un problema de salud pública global". "Lo que ha hecho ahora la OMS es poner cifras a una situación que se conoce desde hace años, y que está adquiriendo un cariz preocupante", apunta el especialista gallego, quien explica que los antibióticos son moléculas que destruyen a los microorganismos bacterianos" y pueden ser de dos tipos: bacteriostáticos, si inhiben el crecimiento de las bacterias, o bactericidas, cuando las matan directamente. El especialista recuerda, sin embargo, que "no todos los procesos infecciosos están producidos por bacterias".