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Subastado para turistas

Subastado para turistas

De todos los juegos de naipes que he practicado, el subastado, evolución de inequívoco acento galaico del que allende nuestras fronteras denominan algo así como tute con puja, es el único que compendia y sienta las bases sobre las que pudiera cimentarse una filosofía del vivir, y aún mucho más que eso. Porque el subastado es juego, sí, pero, también es arte, psicología, matemáticas, sociología... y hasta ciencia natural.

Llegar a Galicia y desconocer las reglas básicas que rigen el desarrollo de una partida de subastado es, cómo les diría yo, casi como no saber leer o, lo que es peor, como no saber existir. Por eso me apresuro hoy a recuperar unas modestas instrucciones de mi autoría, que van muy especialmente dirigidas a los turistas. Porque si usted, amigo que nos visita, desea aprender a jugar al subastado debe, en primer término, limitarse a observar, pero a observar de una manera muy peculiar pues, más que atender a los naipes, en quienes tiene fijar su atención es en los jugadores. Ubíquese, para ello, y si le dejan, en una esquina de la mesa o campo de batalla, justo en el lugar en el que menos moleste y, por supuesto, pregunte antes y cerciórese de si la partida que se disputa es de alto nivel, lo cual identificará porque en ella participan cuatro individuos alineados en parejas de dos, se fuma mucho y, en las más de las ocasiones, se bebe demasiado, aunque el licor no afecta en absoluto al subastador sino que, bien al contrario, agudiza su ingenio a la par que estimula su osadía.

En el subastado topamos con varias clases de jugadores que, en una catalogación tan mundana cual superficial, podríamos clasificar en dos categorías: la de los conservadores/defensivos y la de los atrevidos/revolucionarios. En realidad, esta división no es tan simple puesto que, tal y como comprobará usted mismo, los temperamentos y las ideologías suelen intercambiarse según avance la partida. Por eso no es raro que las broncas que a veces derivan en violentas trifulcas se diriman entre miembros de un mismo bando, si bien no siempre son achacables al devenir del juego sino que, en numerosas tesituras, están relacionadas con problemas laborales, personales, familiares o de pareja sentimental que se arrastran de lejos y nada tendrían que ver, y sin embargo....

El subastado se dilucida siempre con cuarenta cartas y todas ellas son valiosas , incluidos los modestos "doses" que, si son "triunfos", acarrean más de un disgusto a esos "ases" que van de sobraos por la vida: fallar un "as" con un "dos" resulta, además de un placer de tintes orgásmicos, una excelente terapia de desahogo contra las penalidades que nos acechan cotidianamente en la injusta sociedad que nos ha tocado debatir.

"Quien canta su mal espanta", y en el subastado, claro, también se canta. Para ello, es necesario reunir, entre los diez naipes que nos corresponden, a un "caballo" (aquí tiene más importancia el animal que el jinete) y un "rey" de la misma tribu, a ser posible custodiados por una nutrida representación de tropas de su camada, no vaya a ser que el enemigo ose interrumpirnos la canción en mitad del estribillo.

El subastado, cálculo intuitivo de los tantos que pretendemos lograr, de las metas que nos proponemos alcanzar y de las desilusiones que brotan cuando la madurez asoma con sus primeras canas y sus últimas calvicies, proporciona a sus devotos el conocimiento sublime del "saber perder", de profesar la olímpica gallardía que permite, rematado el torneo, requerir discretamente la presencia del tabernero, abonar el precio justo de las copas consumidas por los rivales, y marcharse silbando cualesquier melodía que suene a la de "El puente sobre el río Kwai".

¿Que qué se siente cuando se gana?, se preguntará usted. Bueno, eso que se lo cuenten otros.

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