Centenares de personas acudieron al día siguiente del crimen a despedir a Manuel Salgado, quien recibió sepultura en el cementerio de Puxeiros, en la parroquia viguesa de Lavadores. Numerosos ramos y coronas de flores acompañaron a un hombre al que, en su entierro, definieron como persona "de gran corazón", "nunca había hecho daño a nadie". Este vigués tenía 56 años cuando fue víctima de un crimen que aún hoy busca autor. Separado desde hacía años, su apoyo familiar más directo lo proporcionaban su hermana, su cuñado y sus dos sobrinos.

Llevaba una vida regular, metódica y ordenada. Era reservado, de costumbres fijas. Tenía grandes amigos y conservaba varios de su época en el Banco Exterior de España. Antiguos trabajadores de la entidad, un año después del asesinato, se reunieron en la localidad de Arbo para rendirle un tributo. El personal de la asesoría en la que desarrollaría su labor los últimos años hasta su muerte también le tenía aprecio. Varios compañeros confesaron entonces que más que colegas eran "amigos íntimos".

Con sus más cercanos se solía reunir los viernes a cenar. En los últimos tiempos ellos lo notaban "triste y decaído". "No vivía tranquilo por las amenazas que recibía", dijo uno a la Policía. Desde años atrás mantenía una relación sentimental estable con una mujer de Ourense a la que solía ver los fines de semana. Con ella aprovechaba para practicar senderismo, una de sus aficiones.