Cuidados

Personas dependientes: "Quiero estar en mi casa, estoy bien"

Los trabajadores familiares se han convertido en los ojos, las manos y los pies de las personas más vulnerables, aquellos que se niegan a ingresar en una residencia

Toni ayuda a Margalida con sus ejercicios diarios. Ha vuelto a caminar después de una intervención.

Toni ayuda a Margalida con sus ejercicios diarios. Ha vuelto a caminar después de una intervención. / / MANU MIELNIEZUK

Anabel Ruiz

Son las nueve de la mañana y Margalida Maura (92 años) aguarda, paciente, en su dormitorio a que Toni Gomila aparezca. Como si de un ángel de la guarda se tratase (solo le faltan las alas), llega con la sonrisa que tanto le caracteriza, tímida pero sincera y afectuosa. "Bon dia, com estam avui?", comienza a decir este trabajador familiar, mientras procede a levantarla de la cama para continuar con el ritual matutino: aseo y un buen desayuno mientras le lee el diario. A escasos 500 metros se encuentra Daniela Escalante (83 años), quien, pinturas en mano, permanece sentada en la camilla hasta que Ana Amores cruza el umbral de la vivienda. "Te estaba esperando", le suelta nada más verla. Son las diez y aún tienen una hora por delante para estar "juntas".

Dos pequeñas escenas que retratan el día a día de estas felanitxeres que, ante su negativa de ingresar en una residencia ("estoy bien" o "quiero estar en mi casa" -repiten una y otra vez-), sus familiares han optado por la vía del acompañamiento. Así, ellos puedes continuar con sus tareas (la mayoría trabaja), mientras sus familiares están bien atendidos. De hecho, Catalina Grimalt, sobrina de Maura, confiesa que vio el "cielo abierto" cuando le ofrecieron esta posibilidad: "Estoy tranquilísima porque sé que está bien cuidada, y en su casa, como ella quiere". Un servicio que ofrece el Govern balear según el grado de dependencia (en el caso de Margalida es el más elevado, el número tres), pero que por exceso de demanda ha tenido que externalizar algunos, en este caso en concreto a la entidad Arrels i Ales. Así que Toni está con Margalida de nueve a doce, de lunes a viernes; mientras Ana acompaña a Daniela una hora diaria entre semana. Y siempre se hace corto. Aunque mejor que la soledad es -sostienen-, porque si fuera un servicio privado sería muy difícil, "por no decir imposible", de costear.

Según explica Gomila, su labor va más allá del acompañamiento: "Al final creas un vínculo muy especial, como si de un familiar se tratase, por lo que es más que un trabajo. Es muy gratificante". En su caso, cuando conoció a Margalida, allá por agosto, tuvo que ser intervenida para implantarle un marcapasos. Estuvo más de medio mes ingresada. En ese momento se embarcaron en una larga travesía juntos donde esta felanitxera, con 92 años (los 93 los cumple el 8 de mayo -afirma con rotundidad sin que le falle la memoria-), tuvo que volver a aprender a caminar. Y lo que parecía una utopía se hizo realidad. Todo gracias al empeño de esta mujer, así como la motivación e infinita paciencia de Toni.

Así que tras el ritual matutino, que no les lleva más de una hora, toca hacer gimnasia. "Venga, Margalida, es la hora", le susurra el trabajador familiar. Y no sabemos si es porque nosotros estamos delante pero accede a la primera. Sin rechistar. Procede a sentarse en la silla, frente a la ventana que da a la avenida principal Passeig Ernest Mestre, mientras cuenta: uno, dos, tres, levantando una pierna y otra al unísono. No le lleva más de cinco minutos, pero acaba exhausta. Así que sustituye la rígida silla de madera (las de toda la vida) por una cómoda butaca para hacer lo que más le gusta: ganchillo. Mientras Toni, que está en todo, la acomoda colocándole un cojín en la espalda y una manta en los pies. Ella se deja hacer.

Margalida (92 años) hace ganchillo diariamente.

Margalida (92 años) hace ganchillo diariamente. / / MANU MIELNIEZUK

"Lo bueno es que con él no protesta tanto, si se lo hiciera yo ya se estaría quejando", asegura Grimalt, quien cuida de su tía desde siempre al ser soltera y sin hijos. "Ella ha ejercido de madre conmigo así que qué menos que ayudarla ahora que me necesita", arguye. 

La conexión entre Toni y Margalida se palpa en el aire. Con una mirada se entienden. Y también coinciden en los gustos. "Cuando me dijo que le gustaban las plantas supe que nos llevaríamos bien porque a mí también me encantan", cuenta Margalida. Así que cada día pasean por la terraza para ver cómo van, aunque de su cuidado se encarga Toni. "Ella no las riega, eso me toca a mí, ella solo me da las órdenes", comenta entre risas. Ella asiente.

Margalida asevera estar eternamente agradecida por tener a una persona tan buena a su lado. Se ha convertido en sus ojos, sus oídos, sus manos y sus pies. "El móvil de Toni me dice el tiempo que va a hacer cada día", relata, bajo la mirada cómplice de él. Al parecer, su smartphone "lo sabe casi todo". Un pequeño aparato al que ella no presta atención pero del que se nutre para estar informada a diario.

Estimulación cognitiva

También Daniela se apoya en Ana para (casi) todo. "Es la mejor, de todas las que he conocido, sin duda me quedo con ella", desgrana. Precisamente ha sido Ana quien la ha adentrado dentro del mundo de la pintura y las sopas de letras. Un universo que desconocía y al que se ha enganchado sin darse cuenta. "Aparte de entretenerla, que está muy bien, queremos trabajar la estimulación cognitiva. Es fundamental en personas mayores", subraya esta trabajadora familiar, quien confiesa que en su tiempo libre piensa cómo mejorar la calidad de vida de Daniela. De hecho fue a comprarle libretas fuera de su horario laboral, pensando que tal vez le gustaría.

Ana y Daniela se pasan la mañana pintando y haciendo sopas de letras.

Ana y Daniela se pasan la mañana pintando y haciendo sopas de letras. / / MANU MIELNIEZUK

En su caso, también se ha convertido en su memoria, algo que le flaquea a esta felanitxera. Para ello, le tacha todos los días los números del calendario, a fin de que sepa qué día es, y por tanto, qué medicación debe ingerir o si debe ir a gimnasia (asiste los lunes y los viernes con sus amigas a s’Hogar). También le ha elaborado un esquema para esclarecer qué día hay que sacar la basura. "Lo del puerta a puerta [implantado hace unas semanas en Felanitx] me lleva loca. Y cada día consulto el papel porque no me aclaro. ¿Los pañales los podía sacar cada día, no?", le pregunta, a lo que ella asiente con la cabeza.  

Daniela, a sus 83 años, es una persona -en palabras de Ana- con muchísima vitalidad. Tanto que se ducha sola, cocina diariamente ("me encanta cocinar" -remarca-), además de limpiar su morada y arreglar el jardín (eso sí, medio a escondidas para que no la riñan). Así que Daniela y Ana hacen el tándem perfecto, al igual que Toni y Margalida. "Me llamarás si necesitas algo", le dice Ana a Daniela antes de poner un pie en la calle, a lo que le responde: "Que sí, no te preocupes". No quieren molestar a sus familiares -coinciden en puntualizar Maura y Escalante-, por ello la figura del trabajador familiar les supone una bocanada de aire fresco, además de combatir la soledad. Lo que no sabían en su primer encuentro es que también se convertirían en familia, aquella que uno elige. Y para siempre.

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