Entrevista | Mar Calvo Malvar Investigadora principal del ensayo Galiat de Dieta Atlántica

“La dieta atlántica reduce el riesgo de síndrome metabólico y la huella de CO2”

Un estudio gallego revela nuevos beneficios del patrón alimentario atlántico

La doctora Mar Calvo Malvar, delante del CHUS.

La doctora Mar Calvo Malvar, delante del CHUS. / Xoán Álvarez

La dieta atlántica, presente en la mayoría de hogares gallegos y del norte de Portugal, reduciría significativamente la incidencia del síndrome metabólico y, con ello, el riesgo de sufrir enfermedades como la diabetes y la cardiopatía coronaria. Es la principal conclusión de un estudio que acaba de ser publicado en la revista científica “JAMA Network” y del que se han hecho eco medios internacionales como “The Washington Post”, “National Geographic”, “Forbes”, “ABC News” y “CNN”. La doctora gallega Mar Calvo Malvar, investigadora principal y directora del ensayo clínico Galiat, en el que participaron 250 familias, detalla que en seis meses se redujo en un tercio el riesgo de desarrollar síndrome metabólico, que afecta a una cuarta parte de la población adulta global. Además, el estudio evaluó, con datos de consumo de alimentos de personas en un contexto de vida real, el impacto medioambiental de una dieta, algo que no se había hecho antes.

–¿Qué evaluaron y cuáles son los principales hallazgos de este estudio?

–Evaluamos si un cambio en los patrones alimentarios hacia una dieta atlántica podía mejorar la salud metabólica y la salud medioambiental, una doble perspectiva que no se había empleado nunca antes en ningún otro ensayo clínico. La salud metabólica la determinamos a través del síndrome metabólico, un conjunto de afecciones que cuando se presentan juntas aumenta mucho la probabilidad de tener enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2 o un accidente cerebrovascular. Vimos que en las familias que durante los seis meses siguieron la dieta atlántica se reducía hasta un tercio el riesgo de síndrome metabólico y disminuían sus componentes –tensión arterial, glucemia en sangre, perímetro de la cintura, colesterol y triglicéridos–.

–Evaluaron también la huella de carbono. ¿Qué descubrieron?

–­Vimos cómo la dieta atlántica podía disminuir la huella de carbono asociada a los alimentos consumidos por las familias. Esto nos parece muy importante porque, según Naciones Unidas y numerosos estudios en el ámbito de la ingeniería, los sistemas alimentarios son el tercer principal contribuyente a la huella de carbono, que, a su vez, es la principal causa del cambio climático. global. Para hacer esta parte de la investigación, firmamos un acuerdo de colaboración con el CRETUS Center de la Universidad de Santiago de Compostela, que fueron los que determinaron la huella de carbono asociada a los alimentos que habían consumido las 250 familias. Vimos que en el grupo de intervención frente al de control había una disminución en la huella de carbono de 0,17 kilogramos de CO2 por persona y día. Este resultado no es estadísticamente significativo, pero es muy importante por varios aspectos. Primero, porque es la primera vez que se determina la huella de carbono en un estudio en un contexto de vida real, con participantes y raciones reales, y que se hace mediante un ensayo clínico, el estudio experimental que mayor evidencia científica aporta en humanos. Con esto hemos abierto una puerta para siguientes estudios que quieran determinarlo. El segundo, que si el estudio en vez de tener 574 participantes, hubiese tenido 2.000 ya hubiéramos alcanzado la significación estadística.

–¿Qué quiere decir esto?

–Quiere decir que si esto lo extrapolamos a la población de Galicia o a la población de España con dietas tradicionales, la que sea en cada sitio, o a la población mundial, el efecto sobre la producción de CO2 sería importantísimo. Por eso, estamos muy contentos con las conclusiones de nuestro estudio y, por supuesto, con la repercusión que está teniendo en prensa y que en Estados Unidos ha sido bestial. Llevamos 117 impactos desde que salió publicado. Yo he estado atendiendo entrevistas de medios hasta a las cinco de la madrugada, también porque para mí tiene la misma importancia la publicación científica que la divulgación científica.

–¿Esta repercusión responde a las tasas de obesidad que soporta Estados Unidos?

–Es verdad que nosotros tenemos unos patrones saludables tradicionales que podrían ser la envidia del mundo, porque tenemos la dieta atlántica en el norte y la dieta mediterránea en el sur. Pero también es verdad que la gente se ha apartado de estas dietas tradicionales. No estamos comiendo como comían nuestros abuelos y tenemos que volver a ese estilo de vida. Y aquí juega un papel importante la educación. Las familias del grupo de intervención recibieron sesiones educativas sobre nutrición, participaron en una clase de cocina dirigida por un chef local y recibieron material de apoyo, además de cestas de alimentos que contenían una variedad de productos de origen local típicos de la dieta tradicional atlántica. Lo que queríamos era enseñar que se podía comer mejor, con menos dinero y, encima, consiguiendo beneficios para la salud, como se han demostrado.

–¿Por qué nos hemos alejado de los patrones alimentarios tradicionales? 

–Por la globalización y por la falta de tiempo. Se han adquirido hábitos mucho más globalizados, con comidas más rápidas, ultraprocesadas, y esto, como hemos visto, es malo para la salud y es malo para el medio ambiente. Además de ingerir comidas rápidas, no disfrutamos de las comidas porque a lo mejor comemos frente a una pantalla. Todo esto está produciendo un empeoramiento de la salud. Nosotros, al inicio del estudio, teníamos una prevalencia de síndrome metabólico del 20% frente al 25% global. Pero, ¿qué pasa? Que nosotros no teníamos, en nuestra selección de participantes, personas con diabetes ni con enfermedad cardiovascular, es decir, eliminamos una parte importante que incrementaría ese porcentaje y un 20% es ya una cifra altísima en población general, que nos va a pasar factura en el futuro porque va a aumentar la aparición de enfermedades metabólicas relacionadas con la mala alimentación.

Desde la izquierda, Francisco Gude Sampedro, Cristina Cambeses Franco (del CRETUS Center), Rosaura Leis Trabazo, Mar Calvo Malvar, Alfonso J. Benítez Estévez y Juan Sánchez Castro, autores del estudio.

Desde la izquierda, Francisco Gude Sampedro, Cristina Cambeses Franco (del CRETUS Center), Rosaura Leis Trabazo, Mar Calvo Malvar, Alfonso J. Benítez Estévez y Juan Sánchez Castro, autores del estudio. / Cedida

–¿Cuáles son las principales fortalezas de la dieta atlántica?

–La adherencia a la dieta atlántica se correlaciona con la baja incidencia de mortalidad por cardiopatía isquémica en Galicia y en el norte de Portugal y, además, con una menor causa de muerte por otras causas. Pero, además, se ha relacionado con una disminución del peso corporal, de los niveles de colesterol ‘malo’, de los triglicéridos, de la proteína C reactiva de factores de inflamación, del perímetro de cintura, del índice de masa corporal y de la frecuencia cardiacas.

“La dieta atlántica no es una dieta restrictiva, sino de placer”

–Cuando se quiere bajar de peso se suelen restringir las calorías. Sin embargo, ustedes no han tenido en cuenta este aspecto.

–No. Enseñamos a comer bien, pero sin restricción calórica, porque la dieta atlántica no es en absoluto una dieta restrictiva. Es una dieta del placer. Los participantes comían lo que querían y aun así adelgazaron. En estudios previos vemos que tenemos una disminución de peso corporal de casi de dos kilos en los adultos en seis meses. La dieta atlántica se ha definido como una dieta sustancial, porque aporta todos los nutrientes y con las calorías necesarias que el organismo necesita, y como una dieta natural, porque tiene una combinación de alimentos que intenta preservar la salud. La gastronomía atlántica mantiene, además, la apariencia y el sabor de los alimentos, lo que mejora la adherencia a la dieta.

“Una dieta tiene que ser accesible, saciante y fácil de realizar o no tendrá adherencia”

–Precisamente la falta de adherencia es el problema de algunas dietas, especialmente de las que buscan bajar el peso corporal.

–Los cambios en los patrones nutricionales no tienen que tomarse desde una perspectiva individual, sino desde una perspectiva individual e interindividual, es decir, con todo el entorno que te rodea. Nosotros proponemos un cambio de paradigma para prevenir la obesidad y las enfermedades relacionadas con ésta, con un enfoque de ambiente total, que involucre y active comunidades y barrios enteros. Tú no puedes promover una dieta que sea cara o que no sea accesible porque no encuentres los alimentos o que sea complicada de realizar porque no tenemos tiempo para cocinar. Tienes que promocionar una dieta que pueda llegar al bolsillo de la mayoría de la gente y que sea fácil de realizar. Y ésta es la dieta atlántica. En el ensayo jugó también un papel importantísimo la palatabilidad de la dieta atlántica, muy rica y sabrosa. Si tú tienes una dieta restrictiva, baja en grasas, con la que tienes hambre todo el día y que tienes que completar con una manzana a media mañana, al final acabas dejándola. Pero si tienes una dieta que es saciante, te aporta todos los nutrientes, es sabrosa y es fácil de realizar, tendrá adherencia. Nosotros hacíamos recomendaciones para el total de los aportes nutricionales en el desayuno, comida y cena durante seis meses para una población que abarcaba desde los 3 hasta los 85 años. Tuvimos una tasa de abandono inferior al 8%, algo excepcional en un ensayo clínico. Esto quiere decir que lo llevaron bien.

–“The Washington Post”, uno de los medios que mayor eco se han hecho del estudio, se refiere a la dieta atlántica como una modalidad de la mediterránea. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

–No lo estoy en absoluto. La dieta atlántica tiene distinta composición de ingesta de alimentos en cuanto a cantidad y en cuanto a variedad, se usan alimentos distintos, como las Brassicas (grelos, berza, brócoli, repollo...), que se ha mostrado que tienen efectos en la prevención de enfermedades como el cáncer de mama y de próstata. Por ejemplo, tenemos un aporte de pescado muy superior a la dieta mediterránea, de 3 a 4 raciones a la semana, incluso superior, y consumimos más lácteos. Esto en cuanto a la composición. Desde el punto de vista de tradición culinaria, de cómo se elaboran los alimentos, no tiene nada que ver. Nosotros utilizamos el hervido, el vapor, más que la fritura, a pesar de que empleamos también el aceite de oliva como la principal fuente en grasa vegetal. Y ya desde el punto de vista cultural, también tenemos orígenes distintos. La dieta tradicional mediterránea es la de la cuenca mediterránea; la nuestra procede del arco atlántico europeo. y era la dieta tradicional que tenían los pueblos celtas, que abarcaba Gales, Escocia, Irlanda, el sur de Inglaterra, la isla de Man, la Bretaña francesa, y, por supuesto, el norte de España y el norte de Portugal. Es decir, tenemos orígenes distintos, tradiciones culinarias distintas y aporte de alimentos distintos.

“Nuestro patrón alimenticio es exportable a otras partes del mundo”

–¿El patrón atlántico se podría extrapolar a otras partes del mundo con los productos típicos de cada zona?

–Se podría extrapolar perfectamente y se ha demostrado que puede funcionar en otras zonas del mundo. Y esto es lo interesante. El mes pasado salió un artículo en “Circulation”, en el que vieron, con una muestra muy elevada de personas en distintos países de Europa, que la experiencia atlántica aumentaba, en este caso, la supervivencia y reducía la prevalencia de enfermedades. 

“Queremos ver si se mantiene la adherencia años después”

–Usted es médica especialista de análisis clínicos. ¿Cuál es el papel de la medicina de laboratorio en los estudios de enfermedades relacionadas con la dieta?

–La mayoría de los algoritmos diagnósticos de enfermedades relacionadas con la dieta, enfermedades metabólicas, utilizan pruebas de laboratorio. Además, el especialista en medicina de laboratorio tiene una visión muy general de la enfermedad. Es como el médico internista. Pero también es muy importante, a la hora de llevar a cabo un estudio de este tipo, el papel gestor de muchos profesionales de medicina de laboratorio. En este estudio, tres de las personas del grupo principal de investigadores tenemos un perfil gestor. Para llevar a cabo este estudio de corte comunitario, involucramos a más de cien personas ajenas a nuestra organización y protocolizamos todo: montamos una logística de entrega de alimentos durante los casi dos años que duró el trabajo de campo, desde la entrada de camiones a la entrega de alimentos, y montamos las agendas de los médicos colaboradores del centro de salud para que los pacientes no tuviesen que esperar. Sin ese perfil gestor, esto no habría sido posible.

–¿Cuál es el siguiente paso en este estudio?

–Ahora vamos a ver si aquellos participantes del grupo de intervención, después de los años que han pasado, pues el estudio se realizó entre 2014 y 2015, han mantenido estos patrones alimentarios, y si los parámetros antropométricos y metabólicos que consiguieron se mantienen saludables. También hemos concursado a una beca de la Xunta porque queremos extrapolar la dieta atlántica a diferentes grupos de población con distintas características socioeconómicas para ver cómo se comporta este tipo de educación nutricional en distintos escenarios. Esto es muy importante a la hora de hacer políticas de salud pública, porque una dieta tiene que ser equitativa y poder llegar a las personas más vulnerables.

Suscríbete para seguir leyendo