“No deberíamos ver la diferencia como algo negativo”. Esta fue la máxima principal entorno a la que giró la conferencia de la coach Claudia Bruna quien tras impartir el viernes el taller “Cinco habilidades de coaching para generar niños seguros y felices”, disertó ayer en el Auditorio Mar de Vigo dentro del Foro de Educación sobre “El valor de ser diferente”. Bruna advirtió de que “nuestras creencias y nuestras palabras tienen un impacto enorme en su autoestima (la de los niños) y pueden condicionar su futuro”. Explicó que “un niño diferente es un niño único, auténtico, seguro de sí mismo”. En este punto, desde el público, una asistente al Foro alzó la voz para defender que “todos los niños son únicos, no hay un niño igual”. Bruna aprovechó el apunte para hacer reflexionar sobre qué es lo que consideran la sociedad, las familias y profesorado como niños diferentes. “¿Quién decide lo que es norma?”, preguntó en alto la coach. “¿La mayoría, el rebaño?”, para añadir que todo depende de la perspectiva con la que se mida. En la búsqueda por discernir qué se entiende por diferente, desde las butacas se lanzaron diferentes definiciones: no seguir a la mayoría, no encajar, tener alguna cualidad, estar fuera de la norma, sorprender, agotar, ser extraordinario, pensar por uno mismo, molestar o no tener miedo. A lo largo de la charla, Claudia Bruna animó en varias ocasiones a no ver lo diferente como algo malo. Para hacer entender lo que esto puede implicar para un niño o un adulto, mostró un vídeo donde varias personas trabajadoras explicaban cuál era su puesto laboral, cómo habían llegado a él, si cumplía sus expectativas vitales y si les gustaría haberse dedicado a otra cosa. Las respuestas demostraron que se dejaron llevar, que no eligieron su camino y que en ese momento veían imposible o muy difícil salirse de esa senda para ser realmente lo que querían. Para demostrar que estaban errados en esto último, es decir, que aún estaban a tiempo de cambiar y ser felices, la chica que los entrevistaba les mostró una fotografía de cuando era joven: en ella se podía ver a un varón. Por ello, Bruna animó a tomar las riendas de la vida. En ese cambio en la etapa adulta, indicó que opera como agente importante el lenguaje que utilizamos con nosotras mismas. En vez de entonar “soy lo que tengo que ser y lo que se espera de mí”, “surgió, me dejé llevar” o “me toca estar y es algo que no me gusta”, propuso verbalizar frases como “si cambio mi vida, seguro que soy más feliz”, “soy lo que quiero ser”, “me toca estar en el lugar en el que quiero estar”, “voy a seguir mi plan”. Para Bruna, lo ideal es dejar a los pequeños construir su personalidad sin obligarles a seguir una pauta que los transforme en una persona distinta de la que son porque progenitores o educadores crean que es lo mejor para ellos. Actuar en esas primeras etapas de la vida es más fácil que de adulto con 40 ó 50 años donde los miedos impiden en muchos casos dar un giro a la vida para ser o intentar ser lo que siempre se deseó. Por ello, aconsejó a los docentes “descubrir el tesoro de ese niño” diferente, para lo que empleó la metáfora de la bellota. Este fruto, apuntó, debe ser cuidado para que en el futuro llegue a ser un roble fuerte. Claudia Bruna opinó que “hace falta que el sistema educativo se adapte” y que deje de lado “querer hacer robots”. Reconoce que supone un trabajo a mayores descubrir determinados talentos ya que “a veces hay talentos más fáciles de ver porque la sociedad lo ha marcado así”. Ante esto, propuso no considerar unas destrezas peores que otras. ¿Por qué hay que considerar que es mejor hacer baile que jugar a la petanca? En todo este camino señaló tres pivotes fundamentales: la autoestima, la autoaceptación y el autoconocimiento. Para lograr empoderar tanto a una persona en su niñez como de adulta, indicó que esta debe quererse y confiar en sí misma (autoestima), respetarse (autoaceptación) y conocerse a sí misma (autoconocimiento). Por último, recalcó el efecto Pigmalión y “el poder de las palabras”, ante lo que recomendó “no cortas las alas”.