“Lloraba en mitad de los aplausos. Era un torrente de lágrimas al finalizar cada función. La María exiliada, tímida, se convertía en un gigante de cuatro cabezas sobre el escenario”. La escritora Clara Fuertes leía un fragmento de su novela “Todas las horas del día” (Plaza & Janes) para acercar al público asistente al Club Faro ayer a la parte más íntima y personal de la figura de María Casares, la actriz gallega que tuvo un arrollador éxito en Francia, donde la conocían como “El milagro de Avignon”, mientras que en España “ha sido infravalorada por ser mujer, hija de un político vilipendiado (el político de la Segunda República Santiago Casares Quiroga) y amante de Albert Camus”.

En la charla coloquio, Clara Fuertes fue respondiendo a las preguntas que le realizaba la periodista Tamara Novoa, primero, y los asistentes, más tarde.

En su empeño por buscar historias de mujeres, famosas o anónimas, para llevarlas a sus libros, Clara Fuertes cayó fascinada al encontrarse con María Casares -de la que este año se celebra el centenario de su nacimiento-, una “mujer con una fuerza necesaria para que me volcase un año y medio metida en la investigación de su vida”. Las cartas que se intercambiaba la intérprete española con Albert Camus le permitieron conocer el lado más íntimo de María Casares. En las misivas, ambos amantes “compartían su forma de ver la vida, el teatro, la cultura. No fue una mujer a la sombra de su amante. Ella triunfaba en los teatros y él en la literatura”, aclaró.

“Lo que más me sedujo de ella fue su capacidad de reponerse a todo, sus ganas de morir y al mismo tiempo de vivir a tope. Amaba la vida pese a estar hundida. Y ese amor por el Atlántico, por su tierra”, manifestó Clara Fuertes, quien calificó a la actriz como arrolladora, perfeccionista en los ensayos hasta la extenuación y amante del teatro por encima de todo, una actriz vocacional a la que el teatro le salvó de la soledad y las adversidades.

Sobre la relación de la considerada musa del existencialismo con Galicia, Clara Fuertes comentó que su primer exilio fue cuando con nueve años se trasladó con su familia a Madrid y el segundo, con la guerra civil, al tener que huir con su madre a Francia. Volvió a España tras la dictadura, pero lo que se encontró le decepcionó. Escogió representar “Adefesio”, una obra complicada de Alberti, enfermó y decidió no volver a Galicia nunca más. Tampoco ayudó que no hubiera recuperado nada de lo que había sido suyo, ni su casa”, explicó Fuertes.

Pero decidió hacerse su pequeña Galicia en Francia, en la actual Maison de Comédien de la pequeña localidad francesa Alloue, una casa solariega que adquirió con su compañero y luego marido André “Dadé” Scharcher. De hecho, la tumba de ambos está en el cementerio de ese pueblo. “Es sencilla, como ella, no parece la de una diva”, comentó Fuertes.

En “Todas las horas del día” , Clara Fuertes narra a dos voces la vida de Casares. Por una parte ha construido soliloquios que la actriz exiliada realiza a dos horas del día con dos hombres de su vida: al alba recordando a su marido, Dadé, y a mediodía hablándole a su gran amor, Albert Camus. Para ordenar los recuerdos de esos monólogos de la actriz, ya viuda, la historia introduce a un periodista gallego, Aíras, que acude a entrevistarla en 1990, seis años antes de la muerte de la actriz, y cae rendido ante su personalidad.

Con el autor de “La Peste” mantuvo una relación de doce años, interrumpida en 1944 y retomada en 1948. “A ella le molestaba que la recordasen como una de sus amantes, se reivindicaba como su gran amor. Sabía de la existencia de la mujer de Camus y viceversa. Los encuentros de los amantes debían ser intensos, irritantes. Ella interpretaba sus obras, alguna escrita para ella. Era una mujer salvaje que vivía con urgencia”. Cuando muere Camus, el teatro la salva y se sumerge en una vorágine de interpretaciones. Con Dadé halla ese ambiente familiar que había perdido al quedarse huérfana con 28 años. “Mi intención es que en España se hable de ella en las escuelas de interpretación, que sea reconocida a nivel nacional”, expresó Fuertes, quien tiene en proyecto hacer una obra de teatro sobre la actriz gallega.

La escena como única patria y el mar como el lugar al que siempre volver

Nacida en A Coruña en 1922, María Casares llegó a París de la mano de su madre en el año 36. Siendo su padre un reconocido político de la Segunda República no les quedaron muchas más salidas. Quedó huérfana a los 28 y fue cuando entró en el Conservatorio de París cuando conoció su gran pasión: el teatro. Convertida en una excelente actriz de tragedias, creía firmemente que la cultura debía ser accesible a todos y así formó parte de un movimiento que quería popularizar el teatro y olvidar que solo existían los teatro de París. “Te lo dije y lo seguiré diciendo a quien me lo pregunte, ni Francia ni España ni el mundo; me quedo con el escenario. A él e lo debo todo. Es mi única patria . y a la patria no se le puede fallar más”, manifestaba la actriz gallega. Tras perder a Albert Camus, el gran amor de su vida, formó una pareja poco convencional con el actor André Schlesser, su amante, amigo, compañero de profesión y cónyuge desde 1978. Nunca olvidó a su amor ni al mar. El Mediterráneo, que era su Camus, “mi sur, calor, padre y maestro”. Y el Atlántico de su infancia al que siempre volvía. “Finisterre, me llamaba Camus con infinito amor. Finisterre, me decía bajito, susurrándomelo al oído. Y cada vez que lo pronunciaba María moría de felicidad, porque le devolvía a esa morriña que aún sentía por Galicia, a la niña feliz que había sido.