“En la República Centro Africana no se puede entrar de turista. Está prohibido hacer fotos”, explica la directora de cine de Vigo-Nigrán Carla Andrade. A pesar de ello, la artista gallega logró rodar pero el material conseguido que había grabado en la selva desapareció misteriosamente de un coche cerrado con llave. El robo, al final, le dio la respuesta a las preguntas que Andrade se llevaba haciendo desde el inicio del viaje y del proyecto. El resultado se denominó finalmente “Ningún río me protexe de min”, el cortometraje ganador del Festival Play Doc de documentales en la sección competitiva de Galicia, donde concurrían obras de Lois Patiño, Diana Toucedo, Nerea Barros, Óliver Laxe, Lucía Estévez o David Vázquez.

Fotograma de un río de la República Centro Africana en "Ningún río me protexe de min" Carla Andrade

“Este premio es muy importante”, confesaba ayer a este diario Carla Andrade. “Es una motivación para seguir trabajando en una carrera poco agradecida de mucho trabajo y poco reconocimiento”.

La visión que esta realizadora ofrece de su periplo profesional llama la atención: “A las mujeres nos cuesta en general creer en nosotras. Es algo con lo que crecemos”.

La reflexión conecta con cómo han sido formadas las realizadoras de hoy, siguiendo siempre referentes masculinos, masculinizándose ellas mismas en muchos casos.

Y esto se debe, a su juicio, a una herencia que ya vivieron madres y abuelas, tema que también trata su filme “Ningún río me protexe de min”. En él, el hilo conductor es la voz en off de su madre, Blanca Andrade, mientras acompañamos un recorrido por un río del país africano, en un paisaje selvático. “Me gustaría haber tenido una carrera, trabajar en una empresa. Pero me tuve que dedicar a los hijos, el marido y la casa”, lamenta su progenitora.

A través de ella, Carla Andrade va trenzando el que hasta ahora es su trabajo “más autobiográfico” , defiende. La llegada al mismo arrancó sin embargo en una reflexión sobre cómo abordar el rodaje en África, lo que le suscitó un conflicto: “No quería caer en el documental etnográfico europeo. No quería ser la blanca que va a África a grabar cayendo en el tópico ni en el colonialismo. No quería mostrar la dicotomía entre ellos y nosotros”.

Andrade dio un giro al trabajo. Ya desde el inicio del proyecto se había empezado a cuestionar por qué viaja tan lejos (Nepal, Chile...) para sus obras. La respuesta fue: la búsqueda de identidad.

Para encontrarla rescató la voz en off de conversaciones de teléfono o Whatsapp con su madre, así como una grabación en 8 milímetros de su progenitora cuando era niña jugando a la guerra.

Precisamente, la contienda del 36 y sus repercusiones en la familia, con un abuelo abrazado al bando de derechas, tiene su huella en el cortometraje y en las vidas de los vástagos y nietos, incluida Carla, quien ha intentado huir de ella.

Playa de Patos Carla Andrade

Así, el río por el que navegamos en el visionado de las imágenes es un símbolo de la conciencia y el ego, explica. “Es la imposibilidad de encontrar una identidad”, añade. “No me puedo bañar en ningún río por lo que no me queda otra opción que diluirme en el océano”, y así llegar a Nigrán, con imágenes de la playa de Patos, el hogar familiar “para diluir el ego y la identidad”, señala una persona que ama estar en Galicia pero que al mismo tiempo no puede quedarse “porque me estanco, no acabo de desarrollarme”. En definitiva, la contradicción vital que nutre el arte.