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El daño del virus al sistema inmune vuelve a la palestra

Un nuevo estudio internacional respalda la evidencia de que las infecciones graves de SARS-CoV-2 provocan inmunodeficiencia

Una enfermera busca posibles trombos en una paciente de COVID en una uci de Madrid. | // EDUARDO PARRA

Hace casi dos años, a finales de febrero de 2020, multitud de medios de comunicación de todo el mundo, incluido FARO, se hicieron eco de una noticia del periódico chino “Global Times” según la cual un médico intensivista de Wuhan, Peng Zhiyong. comparó el daño del COVID-19 con “una combinación de SARS [síndrome respiratorio agudo grave, provocado por el coronavirus surgido en 2002] y el sida, ya que daña tanto los pulmones como el sistema inmunitario”. Extrañamente, el “Global Times”, medio dependiente del Gobierno chino, trató de desmentir, meses después, esas declaraciones de Zhiyong. Ahora un nuevo estudio internacional respalda esa hipótesis.

La investigación, publicada en la revista “Cell Death & Differentiation”, del grupo “Nature”, y centrada en los casos graves, concluye que el virus del COVID-19 provoca la autodestrucción de las células del sistema inmunitario, cuyo papel es precisamente luchar contra esta infección. Uno de sus autores, Jérôme Estaquier, profesor de la Universidad Laval de Quebec (Canadá), y que estudia el VIH desde hace casi 30 años, describe un proceso de muerte celular similar al que sucede cuando una persona tiene el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida).

En concreto, el estudio, en el que participan investigadores de Canadá, de Francia, de la Universidad de Minho y del Hospital de Braga, en Portugal, indagó en la destrucción de linfocitos T por apoptosis, la destrucción o muerte celular programada por el organismo.

“El resultado es que, en ambas enfermedades [COVID y sida], las personas infectadas tienen dificultades para preparar una respuesta inmune adecuada contra el virus. Cuando la mortalidad de los linfocitos es demasiado alta, las defensas inmunitarias colapsan y todos los órganos del paciente pueden infectarse”, declaró Estaquier a “Le Journal de Québec”.

En experimentos, el equipo investigador logró reducir esta muerte celular en un 60% al agregar una molécula, la Q-VD. “Esperamos comenzar un estudio clínico para probar la seguridad y eficacia de este inhibidor en personas con COVID-19”, explica el investigador canadiense.

Al margen de este estudio, los resultados de la tercera dosis de Pfizer en Israel denotan que la respuesta inmune celular no proporcionó un alto nivel de protección duradera contra ómicron. “Se suponía que la tercera inyección aceleraría nuestra respuesta de células T de memoria y proporcionaría una protección duradera contra enfermedad grave frente a ómicron. Pero los nuevos datos israelíes sugieren que no es el caso”, ha comentado en Twitter el investigador estadounidense Eric Topol, uno de los científicos de referencia en esta pandemia.

Esta reflexión está en línea con lo que defiende el inmunólogo estadounidense Anthony J. Leonardi, que lleva tiempo alertando del potencial del SARS-CoV-2 para confundir y debilitar el sistema inmunitario. En una entrevista con FARO advirtió que “las infecciones repetidas provocan un envejecimiento prematuro de las células T”. Leonardi, experto en estas células del sistema inmune, sostiene que gran parte de la protección inmunitaria contra el COVID-19 no proviene de las células T, sino de los anticuerpos. Cree que las células T no hacen bien su trabajo porque el coronavirus, a través de una proteína llamada ORF8, interfiere en la forma en que esos linfocitos reconocen las partículas virales. Un estudio chino publicado el pasado 8 de junio en la revista “PNAS” apoya también esta hipótesis. Por ello Leonardi defiende que es mejor confiar en sucesivas dosis de refuerzo de la vacuna que en la protección que pueda conferir una infección.

El virólogo de referencia en Alemania, Christian Drosten, señaló hace unos días que la infección por ómicron no reemplaza a la vacunación. Añadió, sin embargo, que una persona con las tres dosis y que se infectase por primera vez –y también por segunda y tercera vez– “probablemente será inmune durante años y no se volverá a infectar”. La intensidad de la infección también podría determinar, añadió, lo persistente que puede ser la protección inmunológica.

La hospitalización por COVID-19 dispara el riesgo de morir en los 10 meses posteriores

Los pacientes que son dados de alta tras un ingreso por COVID-19 tienen muchas más probabilidades de necesitar ser hospitalizados de nuevo o de morir que la población general, según un estudio de Reino Unido publicado en “PLOS Medicine” y del que se ha hecho eco el “British Medical Journal”. Precisamente esta última revista científica publicó en marzo de 2021 que los pacientes de todas las edades que concluían un tratamiento hospitalario por COVID registraban tasas de disfunción multiorgánica más altas de lo esperado.

En este nuevo estudio, los investigadores utilizaron datos vinculados de atención primaria y hospitalarios en Inglaterra para evaluar los riesgos de ingreso hospitalario y muerte entre 24.673 pacientes que fueron tratados en el hospital por COVID y que sobrevivieron al menos una semana después del alta, entre febrero y diciembre de 2020. Se compararon con 123.362 de un grupo de control. Los resultados entre los pacientes dados de alta también se compararon con los resultados de 16.058 personas que habían recibido el alta después del tratamiento hospitalario por gripe entre 2017 y 2019.

Durante un período de seguimiento de hasta 315 días –algo más de 10 meses–, los pacientes con COVID tuvieron más del doble de probabilidades de necesitar readmisión o morir que la población general, pero algo menos que los pacientes que habían sido ingresados en el hospital por gripe. Un total de 7.439 de los 24.673 pacientes ingresados por COVID-19 murieron durante el seguimiento, lo que significa que tenían más de cuatro veces más probabilidades de morir por cualquier causa que los controles de la población general. y también más probabilidades que los pacientes con gripe. Los investigadores advierten que estos pacientes dados de alta precisan monitorización y representan una “carga adicional sustancial para la atención médica”.

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