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Amelia Valcárcel Filósofa y catedrática

“El legado de Clara Campoamor, la mejor de sus contemporáneas, se cuidó poco”

La filósofa y catedrática Amelia Valcárcel, durante una ponencia. Cedida

Lamenta y mucho la filósofa y catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED Amelia Valcárcel no haber conocido en persona a Clara Campoamor en el 90 aniversario del voto femenino en España. Aunque fuera in extremis, porque la política, abogada y escritora falleció en 1972 a los 84 años en su exilio en Lausana (Francia) cuando Valcárcel tenía 22 años. Pero eso no es excusa, dice esta. “Nosotras ya éramos jovencitas que íbamos a la universidad, con inquietudes... Exhibías una especie de feminismo sin saberlo, y me duele no haberla conocido, porque ella todavía, aun medio ciega, estaba ahí. Yo ya tenía edad, a los 20 ya sabes escuchar y no pude conocerla”, señala la filósofa, una de las principales expertas y estudiosas de la figura de Campoamor y de su obra, lo que le da autoridad para criticar el poco cuidado que con su legado se ha tenido en España, sobre todo, de sus últimos años.

–¿Es quizás el del voto hace 90 años una de las mayores conquistas del feminismo?

–La democracia es muy joven. Es tan joven que, para cualquiera, el derecho al voto esta es una conquista reciente. Lo extravagante es la situación que se produce, una especie de cuello de botella en las democracias cuando aparecen: la idea de que todos los varones tienen derecho a ser ciudadanos y ninguna mujer, sea quien sea esta. Esto es una anomalía tan fuerte que ha exigido la lucha constante de casi 100 años, y en algunos sitios de algo más, para que quede claro que ser mujer no puede privar de ningún bien ni ningún derecho. Esta es una de las grandes verdades, lo que ocurre es que las verdades en nuestro mundo se construyen. Y esta ha costado lo suyo.

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–¿Cree que las nuevas generaciones saben apreciar realmente el paso que se dio con el voto femenino, el esfuerzo y la lucha que supuso lograr algo que hoy en día en nuestra sociedad se da por hecho?

–Yo no sé si las nuevas generaciones valoran la democracia en general, pero quiero creer que no podrían vivir fuera de ella. Están acostumbrados y acostumbradas a la democracia. Quizá creen que es espontánea y como el aire que se respira, que está ahí. Y no. Ha costado muchísimo edificarla, y mantenerla es una tarea considerable. Pero es el mejor sistema de los posibles. Es complicada, cuanto más la analizo más me asombra. Depende de muchas prácticas conexas, pero también es frágil y tan joven... Hay que decir lo que decía John Stuart Mill, el mundo es muy joven todavía. Esto tiene su importancia, porque él lo escribe en su obra feminista más importante, “La esclavitud de las mujeres”.

–Veo que usted prefiere hablar de democracia en general, más que de voto femenino.

–Tiene sentido celebrar la consecución del voto por parte de las mujeres en un país como España –entonces ejemplar, como también ahora, para lo que podía ocurrir en la enorme América de habla española– siempre que recordemos que la democracia es la forma de gobierno que queremos. De todas maneras, Campoamor hizo una vez una extraña observación. Yo, que la he leído mucho, recuerdo que en una carta habla del franquismo. No es precisamente un sistema con el que se llevara bien. Ella murió en el exilio y prefirió eso antes de asumir las duras y estrafalarias condiciones que le ponían para volver a España. En esa carta alude a los referéndums que convocaba Franco, esos en los que había más síes que votantes. Pero ella se fijaba en que las mujeres eran convocadas, por eso escribe: “Creo que lo único que queda es lo que yo hice”. Es decir, lo único que quedaba entonces de la República durante el franquismo era la costumbre de votar las mujeres.

“Me asombra ver a las mujeres jóvenes manifestarse en Kabul; antes o después tendrán libertad, porque ninguna sociedad se ha podido resistir a la libertad”

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–Y lo reconoce pese a ser en plena dictadura.

–Me asombra, porque le tuvo que costar muchísimo decir eso. Clara Campoamor era de una inteligencia muy peculiar. No ha habido ni hay tantas cabezas como la suya.

–¿Qué destaca de ella, de su trabajo y aportación?

–Me resulta muy difícil hacer un abordaje corto y rápido, pues la he estudiado mucho. Llevo años y años, y me sorprende siempre. Su tipo de inteligencia no es común como digo, es muy notable, siempre es capaz de ver cosas que no se perciben normalmente. Tiene una agudeza especial en la visión del derecho y de la política. Esto, en una persona que tuvo que luchar tanto para llegar ahí, es llamativo.

–¿Tuvo un camino difícil?

–Tenemos que tener en cuenta que Campoamor venía de muy bajo en el espectro social. Era nieta de una portera de Malasaña, entonces Maravillas, con una madre costurera y un padre de contable de periódicos que se murió joven. Lo dice la traductora Consuelo Berges: “Venía de muy abajo y era extraordinaria”. Campoamor es un milagro entero. Escribiendo de Concepción Arenal, dice ella que “antes de hacer nada, tuvo que hacerse a sí misma”. En realidad, se lo puede aplicar porque Campoamor tuvo un trabajo enorme para estudiar. Una de las cosas que deploro es que estudió dos años de Derecho en Oviedo, pero al haberse quemado todo el archivo de esta Universidad, no guardamos nada. A mí me encantaría ver su matrícula y sus notas. Pero no hay nada. También me encantaría oír su voz. Está recogida la voz de la mayor parte de las personas destacadas en la República, pero no la de ella. Y eso que habló en muchos lugares relevantes, como en la Sociedad de Naciones.

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–¿Y eso?

–Eso nos da una idea clara de las cosas que se guardan y de las que se tiran en este país. Incluso grabaciones de una mujer tan relevante como ella no se consideró oportuno guardarlas. Y eso que tenemos la voz de tipos de su época perfectamente prescindibles.

–Es la de Clara Campoamor una figura que resiste el paso del tiempo, mucho que lo de decía tiene vigencia, no se queda obsoleto.

–Es mejor que bastantes de sus contemporáneos. Ella vivió en un momento especialmente difícil, un periodo con dos guerras mundiales. Le tocó además una guerra civil a la que llamó, con su inteligencia, la cuarta guerra civil en sus memorias. Usa la expresión porque la ve como prolongación de las carlistas, tres guerras civiles más. Por eso decía que este país, España, no sabía solucionar sus problemas, sino que sufría siempre un desbordamiento emocional desaforado que causaba enormes males y no solucionaba nada. Era muy patriota.

“Victoria Kent jamás debió prestarse a ir contra el voto de las mujeres en el debate: ese día se escenificaba una cosa distinta, la voluntad común del feminismo”

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–Se queja de lo mucho que no se sabe de ella si bien es una figura muy recurrente en España.

–Es algo que odio: la cantidad de papeles de ella que parece que se han perdido. Todo lo que hizo desde su exilio y que no publicó. Porque escribía mucho. Yo he hecho de todo por saber qué ha pasado con esos papeles. Hablamos de ella como que la conocemos, y no. Sabemos poco. Pero también de Cervantes hablamos mucho y se sabe poco. Esto quiere decir que la gente que estaba a cargo de sus cosas no las cuidó. Yo he intentado cosas inverosímiles por saber de sus cartas, de sus apuntes, pero me he dado siempre contra un muro. De todo. Yo quisiera saber más, conocer sus últimas reflexiones. De a qué se refería cuando dice que escribe unas memorias “con las raíces cortadas”.

–Es curioso que haya tan poco.

–Ni tenemos su voz, ni sabemos dónde está la mayor parte de su correspondencia.

–El debate con Victoria Kent en el parlamento para defender, frente a esta, el voto femenino es quizás de lo que más se habla, con lo que se ha quedado la gente.

–Es un debate magnífico, le dediqué un libro. Victoria Kent jamás debió prestarse a ir contra el voto de las mujeres en el debate: ese día se escenificaba una cosa distinta, la voluntad común del feminismo.

–Hay un tema de rabiosa actualidad y que a usted le preocupa y mucho: la situación de las mujeres en Afganistán.

–Kabul es la prehistoria de todas nuestras sociedades. Todas han sido parecidas y todas han evolucionado. Kabul evolucionará. Mientras sepamos lo que pasa, y en eso doy las gracias a las y los periodistas que están ahí y son los ojos de la libertad, hay una ventana abierta. Antes o después, porque ninguna sociedad se ha podido resistir a la libertad. Es que la libertad se hace amar, que dijo Cervantes. Estamos en un momento en que en Europa puede que nos sintamos pequeños, frágiles, porque grandes países poderosos como Rusia, China, no tienenla democracia como forma de vida. Son enormes los territorios en que la libertad no es el modo de vida. Pero el amor a la libertad existe y en Kabul lo hay. Me asombra ver a las mujeres jóvenes manifestarse. Y ahí están, en la calle. En peligro y encarándolo.

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