No hay fórmula mágica para diseñar un medicamento contra el COVID-19. Tampoco para idear una vacuna. Pero tras un año de pandemia, la ciencia ya ha puesto sobre la mesa varias inmunizaciones contra el coronavirus, aunque todavía no ha dado con un tratamiento seguro y eficaz para curar a los pacientes infectados. Hace ya meses que equipos de investigación de todo el mundo rebuscan en el botiquín de fármacos, moléculas y compuestos ya aprobados para ver si alguno es efectivo contra el coronavirus. Por ahora, solo se han hallado fármacos esperanzadores pero ninguno definitivo.

Encontrar un medicamento contra el COVID-19, ponerlo a prueba y lograr su autorización no es fácil. Muestra de ello, la historia que explica en primera persona el doctor Daniel Batlle, nefrólogo catalán afincado en EEUU que ha dado con un fármaco experimental que, de salir adelante, abriría una brecha de esperanza para los contagiados. “El gran reto de los tratamientos es que, a diferencia de las vacunas, deben ganarle la batalla al virus en pacientes enfermos. Porque cuando un paciente ya ha sido infectado es muy complicado hallar algo que suprima la replicación del virus”,subraya.

Esta historia empieza, cómo no, en un laboratorio. En la Universidad de Northwestern, en Chicago, para ser exactos. Ahí es donde el equipo del doctor Batlle lleva más de 15 años estudiando una molécula muy específica; la enzima convertidora de angiotensina 2 (o ECA2, para los amigos). El objetivo inicial era entender cómo utilizar esta molécula para tratar enfermedades renales. Casualidades de la vida, o de la ciencia, que años más tarde se descubriera que esta enzima también es una de las llaves de entrada que usan los coronavirus para infectar las células.

“En enero de 2020, poco después de la detección de los primeros casos, se descubrió que el coronavirus SARS-CoV-2 también utilizaba la enzima ECA2 para unirse a las células. Entonces nos dimos cuenta de que quizá todo lo que habíamos estado investigando se podía aplicar para tratar esta enfermedad”, relata.

La estrategia es la siguiente. Sabemos que, en cuanto el coronavirus infecta a un paciente, el virus empieza a buscar vías para replicarse dentro del organismo. Su estrategia es sencilla pero efectiva; el patógeno busca proteínas ECA2 porque en ellas está la llave de entrada a las células de pulmones, arterias, riñón e intestino, entre otros. Pero, ¿y si se utilizara esta misma enzima para despistar al virus? “El plan es lanzar un cebo al virus. Despistarlo con estas moléculas modificadas para que no infecte a las células usando el receptor natural”, explica Batlle.

“Ya tenemos lista una proteína soluble que puede durar hasta tres días en circulación. También tenemos pruebas in vitro y ya hemos publicado estudios en animales de laboratorio. Ahora nos falta dar el salto para probarlo en pacientes, pero tenemos resultados muy esperanzadores”, esgrime el doctor. Y es ahí donde las trabas logísticas y de financiamiento estancan muchos de los proyectos clínicos. La investigación del equipo de Batlle solo es un ejemplo de esto.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay alrededor de 2.600 ensayos clínicos en curso sobre covid-19. Al menos 172 de ellos ponen a prueba tratamientos contra el coronavirus en pacientes. A estos habría que sumarles los cientos, quizá miles, de proyectos que se están investigando en los laboratorios. Prácticamente desde cero.