Casi 50 años recordando al santo ginebrino patrono de los periodistas en el día de su fiesta cada 24 de enero. Cuarenta y ocho años justos desde que me puse a estudiar y a trabajar en esto de escribir con el propósito de comunicar y colaborar en la formación de opiniones libres y consistentes, a partir de informaciones depuradas con el ánimo de que sean también lo más objetivas posibles. Este oficio al que en la jerga llamamos, coloquial e irónicamente, de gacetilleros o juntaletras, está hoy de celebración. Alguien ha escrito que el término juntaletras técnicamente “se emplea para menospreciar a alguien que vive de escribir, dando a entender que su labor no pasa de la acción mecánica de ir poniendo los caracteres uno tras otro, sin los valores añadidos que se esperan de los periodistas y de los escritores”. Y añade, “los juntaletras, sobrevivirán a las plumas, los bolígrafos, las máquinas de escribir y los ordenadores. Seguro”.

Pues eso, cuando ya han desaparecido de las imprentas los cíceros y los tipómetros, el plomo y los cajetines, no entro yo ahora ni a valorar éticamente ni a distinguir la labor de juntaletras, periodistas y escritores, que de todo habrá siempre, seguro, en la viña del Señor; aunque las tecnologías más modernas de hilvanar caracteres o imágenes para expresarse, ya nos hayan igualado a todos. Uso el término juntaletras, repito, en el sentido coloquial y amable con el que nos hemos llamado, sin complejos y en la jerga propia, los que somos de la profesión.

Hoy, conmemoración de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas, dedicaré un ratito, como cada año en este día, a dar gracias por poder ejercer esta preciosa profesión que inventa –en el sentido de descubrir– noticias para darlas a conocer a lectores y oyentes, a fin de que sepan en qué mundo viven y qué pasa a su alrededor –hoy una aldea global-–, para poder interpretar y decidir mejor sobre su compromiso, actitud y presencia en él. Ya que en definitiva, ser periodista es juntar letras responsable y honestamente, para servir de puente entre la realidad y los destinatarios del medio en el que se trabaja. “El periodismo es por eso todo un sacerdocio”, como le escuché definirlo en una inolvidable conferencia al azote de las mafias Indro Montanelli.

Un año más, hoy daré gracias por ejercer esta noble profesión, en nombre de tantos colegas que en el presente y en el pasado la enaltecen, por encima de las facilidades o las dificultades específicas de cada época, que se dedica a fomentar o dificultar la libertad, la independencia, la ideología, el sectarismo, la sumisión a los poderes políticos, económicos, sociales o laborales... Voy a pedir para mis amigos periodistas de hoy el espíritu, el coraje, el valor y el desapego –y cito solo a los ya muertos–, tal cual ellos los mostraron en su época cercana y que son virtudes que vuelven a ser necesarias e imprescindibles ahora mismo: entre otros varios las de mis incondicionales colegas Segundo Mariño, Rodrigo Varela o las de mi llorado condiscípulo Antonio Herrero. Daré gracias pues por cuantos viviendo en la trinchera, no de las balas o de los misiles, pero sí de los condicionantes, los influjos, las presiones o los miedos, se atreven y llegan a alcanzar la libertad de conciencia de ser fieles a sí mismos y a la verdad que honestamente van descubriendo y alcanzando. Esa es la merecida paga y el mejor sueldo del periodista, que a veces lamentablemente tuvo que quedarse, condicionado y frustrado, –¡qué pena para el bien común!–, por la obligatoria necesidad de que el mensual salario siguiese entrando en el hogar.

Y me entretendré sobre todo, por la mediación del santo patrono Francisco de Sales, que supo aderezar en su tiempo la buena doctrina con las tecnologías entonces menos habituales, en agradecer esta apasionante posibilidad que tenemos los que comunicamos en los mass media de hacer llegar a lectores u oyentes nuestras honestas teselas de opinión, de información, de conocimientos, de cultura o de fe, con las que ellos irán tejiendo después el mosaico de su personalidad y la interpretación de la actualidad y de la vida. Deliciosa aventura, solo aposta complicada cuando uno se impuso la obligación profesional de ser siempre creativo aparcando las perezosas rutinas del “yavalismo”. ¡Como para no aburrirse jamás, aunque pasen los años!

*Sacerdote y periodista