El confinamiento no ha cambiado en absoluto las costumbres del escritor Erri de Luca (Nápoles, 1950), que suele llevarse bien con la soledad. Vive en una aislada casa de piedra en la campagna romana, donde el ordenador con el que se comunica con el mundo es la única nota discordante. De Luca, de origen humilde, amante del alpinismo, militó en la izquierda extraparlamentaria, trabajó como obrero y como albañil y condujo un camión de abastecimiento para ayudar a las víctimas de los bombardeos de la OTAN sobre Serbia. Hoy es uno de los autores italianos más respetados. Los escritores suelen atender a la prensa delante de estanterías repletas de libros, pero no De Luca. Lo que se ve a su espalda y que él muestra orgulloso son las etiquetas de todas las botellas de vino que ha bebido y que conforman un artístico empapelado. Hablamos de Imposible (Seix Barral / Bromera), su última novela.

–Imposible enfrenta a un viejo militante con un joven juez que intenta incriminarle en la muerte de un tercero fallecido accidentalmente en la montaña o quizá asesinado.

–En el pasado los diálogos fueron una gran forma de representación. Desde los diálogos de Platón, que se revelaron decisivos para la literatura. Pero no suele haber diálogo en un interrogatorio. Que te interrogue un magistrado no implica su curiosidad, sino la intención de confirmar algo que cree saber.

–Pero en su novela sí se da el diálogo.

–Mi magistrado, que es un hombre mucho más joven que el acusado, nada sabe de la lucha revolucionaria de los 70 y tampoco conoce la montaña y eso hace crecer su curiosidad. Él solo conoce los casos judiciales, y ahí no se puede aprender nada. Son conclusiones en las que el Estado regula y condena a sus opositores.

–¿La Italia de los 70 en la que la izquierda intentaba poner el mundo patas arriba para transformarlo ha desaparecido?

–Más que desaparecer ha muerto. El XX fue el siglo de las revoluciones, el tiempo en que los colonizados se independizaron de los colonizadores, de las luchas revolucionarias en América Latina. Yo formé parte de esa maquinaria que, acabado el siglo, agotó todas sus posibilidades. Nadie utiliza ya la palabra revolución. Ni siquiera se utiliza la palabra en una revuelta como la de la Primavera Árabe. Sin embargo, percibo que hay mucha gente que individualmente se interesa por la vida cívica del país, por las luchas sociales. Yo me integro ahí como ciudadano.

–¿Cree que la pandemia está poniendo en evidencia muchas de las carencias del sistema?

–La pandemia ha obligado al Estado a ocuparse de la salud de los ciudadanos y abandonar la preocupación de cómo aumentar las arcas de los ricos. Las leyes ya no las dictan los economistas sino los médicos. Esta situación es muy dura pero nos ha permitido sentirnos de nuevo ciudadanos. Y en un país en el que las leyes no suelen obedecerse la ciudadanía las ha adoptado sin chistar.

–¿Me está diciendo que los italianos han dejado de inventarse triquiñuelas para sortear las leyes?

–Eso es. Y se ha ido aún más allá. Hay un sentimiento cívico que antes no existía y que ha influido en los comportamientos. Por ejemplo, no hay modo de comprar una bicicleta en Italia, ni siquiera de segunda mano. Mucha gente ha decidido abandonar el automóvil y las grandes compañías petrolíferas, obligadas a vender a precios mínimos, están intentando pasar a otros tipos de energía alternativos.

–Leyendo su novela es imposible no pensar en el interrogatorio en el que acabó absuelto cuando en 2013 le acusaron de incitar al sabotaje del tren de alta velocidad entre Lyon y Turín que obligó a agujerear los Alpes.

–Para mí fue apoyar una lucha pública. Yo estuve manifestándome mucho antes de ser incriminado. En una entrevista utilicé la palabra sabotaje sabiendo muy bien que era la precisa. La fuerza de la lucha hizo que aquellas obras se paralizaran. Hoy mismo solo está el túnel horadado, no hay un centímetro de línea férrea construido.

–¿La literatura sirve entonces para algo?

–Es capaz de describir lo indescriptible. Ayuda a entender. Si atravieso un bosque y no conozco los nombres de los árboles, el bosque solo será una masa de vegetación. Pero si conozco los árboles y sé por qué se encuentran ahí, soy capaz de leer el bosque. El fin de la literatura es hacernos leer la realidad.