Europa salió muy tocada de la primera ola de la pandemia pero confiaba en poder mantener a raya el virus de ahí en adelante con medidas de contención que no afectaran a su debilitada economía. La virulencia de la segunda ola ha certificado que esta estrategia no funciona. Ha sido un estrepitoso fracaso. La catástrofe no ha llegado al extremo registrado en los países con dirigentes negacionistas, como Estados Unidos o Brasil, pero queda lejos del éxito de Asia y Oceanía.

Un puñado de expertos sostienen que Europa debería hacer un reset e intentar acercarse a a la estrategia de esos dos continentes. Allí las muertes han sido mucho menores y la economía está en números verdes.

La lista de países con este modelo de éxito es larga y abarca diferentes realidades sociales, políticas y económicas. Están los democráticos y muy poblados, como Japón, Taiwán y Corea del Sur. Los menos poblados como Mongolia, Australia y Nueva Zelanda. O las dictaduras comunistas con economía capitalista como China y Vietnam.

A pesar de su diversidad tienen una cosa en común: son gobiernos tecnocráticos y ágiles, que en los últimos años han potenciado la sanidad y que desde el primer minuto antepusieron la salud a la economía. No hay rastro de peleas entre administraciones centrales y locales e incluso los más fragorosos parlamentos de la región han excluido la pandemia del debate político. Las decisiones se han tomado con criterios estrictamente médicos.

En la actualidad apenas se detectan personas infectadas en estos países y casi todos los casos son importados. La segunda ola o no ha llegado o cuando lo ha hecho se la ha recibido con un arsenal de medidas preventivas. El país con más casos desde el inicio de la pandemia, Japón, ha registrado 100.000, menos de los que suma actualmente Francia en menos dos jornadas. China se quedó en 90.000 y Corea del Sur en 26.000. La suma de los fallecidos en estos tres países no llega a las 9.000 muertes de España en la segunda ola.

El epidemiólogo madrileño Juan Martínez Hernández sostiene que hay una clave por encima de todas: “Para Occidente, este microorganismo es un agente del grupo de riesgo dos o tres, pero para el hemisferio oriental lo es del nivel 4, como la viruela o la peste. Es un agente contra el que no hay vacuna ni tratamiento, y se emprende contra él una guerra sin cuartel, empleando medidas de contención muy duras, pero muy eficaces”.

“Intentar convivir con el virus es el gran error que está cometiendo Occidente, hay que erradicarlo”, a juicio del que fuera director de Salud Pública de la Comunidad de Madrid del 2017 al 2019. “La pandemia funciona como un incendio, arderá siempre que haya combustible. Es decir, siempre que haya personas susceptibles. Si algo se quema en casa, todo está en peligro, no te puedes poner a ver Netflix en el salón”, señala.

El objetivo de la erradicación se logra con medidas agresivas: detección temprana de casos, rastreo exhaustivo utilizando el big data, altísimo nivel de cumplimiento de las normas en la población, control estricto de fronteras con pruebas y cuarentenas y confinamiento duro y corto, localizado geográficamente, en cuanto algún brote se descontrola, aunque la incidencia sea baja. Martínez sostiene que aún estamos a tiempo de hacer un reset para acercanos al modelo de éxito. Con él coinciden cuatro expertos cuya opinión ha recabado este diario: Rafael Bengoa, exasesor de Barack Obama en salud pública; el epidemiólogo catalán Oriol Mitjà; Daniel López Acuña, exdirector de crisis de la OMS, y José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad.

Un reciente artículo publicado por 12 científicos en “The Lancet” sostenía que “no es demasiado tarde para que los gobiernos consideren soluciones políticas novedosas desarrolladas” por esos países, y advertía de que no se trataría tanto de que se “reproduzcan exactamente las mismas medidas” sino de que Europa “las adapte a su contexto”.

Bengoa lleva un mes diciendo “mirad a Oriente, mirad a Oriente”. Él sostiene, como el resto de colegas, que el primer paso para rectificar es ir a confinamientos ante el altísimo nivel de transmisión que hay en el continente. “La intervención tiene que ser parecida a la de la primera ola, aunque más corta. Calculo que en España bastaría con cuatro o cinco semanas, que es lo que le ha funcionado a Israel”, señala Bengoa. Otros creen que bastaría con dos y algunos predican hasta seis.

Francia, Inglaterra, Irlanda y Grecia ya aplican esta receta, aunque para la mayoría de los partidarios del modelo asiático mantener abiertas las escuelas y otras excepciones es un gravísimo error. “El planteamiento de Oriente es ‘ataco el virus, lo bajo y dejo que luego la economía se recupere’. Si tienes una visión a corto plazo y aplicas medidas más light como en España, asumes que vas a tener una alta mortalidad durante meses, hasta que llegue la vacuna, y la economía va a salir aún más dañada”, añade Bengoa.

El resultado es que mientras en la zona euro se prevé una caída del PIB del 7,8% a fin de año, en Asia Oriental se espera una subida del 1,3%. ¿Hasta donde hay que bajar el nivel de contagio? “Hasta una tasa en la que los servicios de vigilancia epidemiológica puedan hacerse con el 100% de los casos y sus contactos”, responde Martínez. El objetivo que marcó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por debajo de los 25 casos por 100.000 habitantes, podría ser aceptable, “pero es inalcanzable con las medidas vigentes en España”, añade Bengoa.

La proeza de China, que testeó a nueve millones de habitantes por 12 contagiados, no está tan lejos de nuestro alcance. “Aquí es posible si nos organizamos bien y se pone todo el empeño en ello y no, por ejemplo, en construir hospitales nuevos”, advierte López Acuña.

Los nuevos test de antígenos podrían contribuir a ello, pero en Europa no puede obligarse a nadie a hacerse una prueba. Tampoco son obligatorias las aplicaciones de rastreo y la estricta observancia de la privacidad limita su efectividad. El big data es un anatema en Occidente mientras Asia entiende que es una factura aceptable para evitar medidas más lesivas.

“Protegemos las libertades individuales, la privacidad de datos, la libertad de movimientos, lo cual es magnífico, pero en condiciones normales, no cuando hay una pandemia. Todo eso debe sacrificarse o limitarse si queremos minimizar los daños de un fenómeno como el que tenemos”, considera López Acuña.

“Los europeos pensamos que conservamos más libertades y ahora los asiáticos nos miran con estupefacción y se preguntan si verdaderamente tenemos más libertad si no podemos movernos de casa o ir al restaurante”, lamenta Mitjà.

COREA Y TAIWÁN Uso del “big data” para localizar infectados

Taiwán alcanzó recientemente los 200 días sin contagios domésticos y Corea del Sur registrada una media diaria de 70. Ambos han eludido los confinamientos y los parones económicos gracias a su rápida reacción, su robusta cobertura sanitaria, el uso intensivo del big data y un concienzudo trazado de contagios.

VIETNAM La misma unidad que durante la guerra

Vietnam no contó ningún muerto hasta abril pese a su precaria red hospitalaria. Hoy apenas suma 35 con una población que dobla la española. Su fórmula low cost contempla las visitas de comités vecinales y policías a domicilios, mucha prevención y confinamientos localizados. Fue de los primeros países en cerrar sus fronteras.

CHINA Test a mansalva en cuanto aparece el virus

En los últimos meses, China apenas ha sufrido rebrotes. Apenas aparecen un puñado de contagios, se decreta el cierre de la ciudad y se hacen tests a mansalva. El mes pasado fueron testados en Qingdao sus nueve millones de habitantes en cinco días. Todos los llegados al país deben hacerse tres PCR y encerrarse dos semanas en un hotel.

OCEANÍA Actuar pronto y con dureza

El Estado australiano de Victoria confinó en julio su población con una incidencia de 125 casos por 100.000 habitantes a 14 días. En Nueva Zelanda, al día siguiente de detectarse cuatro casos, la ciudad de Auckland cerró colegios, bares y restaurantes y se mandó a casa a los trabajadores, salvo aquellos de los sectores esenciales.