Mercedes tiene tres hijos, pero ninguno vive ya en su casa de Moaña. Lo que parece una circunstancia vital, el contexto actual, enmarañado en la pandemia del coronavirus, marca diferencias entre esta familia y el resto. Ian reside en China y lleva ya dos meses confinado. Xavier es enfermero en el norte de Italia y también permanece encerrado, al igual que su madre. Y Hugo trabaja en Canadá, donde todavía no están en cuarentena, pero ya se dan los primeros casos de contagio por Covid-19. Por experiencia familiar, más pronto que tarde ya sabe lo que le espera.

A unos de los otros los separan desde 1.800 kilómetros hasta 20 horas de avión; sin embargo, además de apellido -Cancelas-, y pese a la distancia, estos días también comparten cuarentena. Eso sí, algunos con más experiencia y preocupación que otros. Mercedes, más conocida como Chiruca, es la matriarca del clan. "Entre los hermanos, los hay más y menos alarmistas", dice. Y añade, sin encender ninguna alarma: "Siempre tratas de aparentar que estás tranquila, pero, como madre, por supuesto que tengo preocupación por mis hijos". Además, en su caso, ya no se trata solo de que los tres estén fuera, sino que ninguno los tiene "cerca".

El primero en sufrir el impacto del coronavirus fue Ian, biólogo de profesión, que vive en la localidad china de Chongqing -en el centro del país- desde hace medio año. El estallido de la enfermedad lo pilló de viaje en Hong Kong, curiosamente, acompañado de su hermano Hugo, que estaba de visita. Era enero. Fue la primera vez que se puso la mascarilla y aún no se la quita. "Nada más llegar de vuelta a mi ciudad, el primer shock fue ver el aeropuerto casi vacío y el barrio desierto. Todos los negocios cerrados", recuerda.

Ahora, ya lleva dos meses encerrado en su vivienda china y "las malas voces" dicen que seguirá así "hasta mayo". Y eso que "la gente se lo tomó en serio desde la primera semana", a diferencia de lo que está ocurriendo en España, cree. Después de tanto tiempo, el confinamiento dice llevarlo "bastante mal": "Al principio, te pones a leer, hacer algo de ejercicio, ver pelis, jugar a videojuegos. Pero, pasado un mes, empieza a no hacerse sostenible. Te desesperas". Para él, "lo peor" es no recibir visitas ni poder ver a nadie. No obstante, ahora confiesa darse cuenta de que "gracias a la rapidez y contundencia de las medidas restrictivas, las cosas van relativamente rápido". Aun así, es posible que pasen "cuatro meses" hasta que vuelva "la normalidad" en el continente asiático.

El segundo en entrar en cuarentena fue Xavier, que ya había oído las advertencias de su hermano pequeño. Desde 2003, ejerce de enfermero en Imperia, localidad italiana fronteriza con Francia. "Entre Italia y España no hay diferencias. Se está repitiendo la historia 15 o 20 días más tarde: los estudiantes que se vuelven a sus casas, los jubilados a sus segundas residencias. El patrón es el mismo", asegura. Una ventaja de aproximadamente dos semanas que, bajo estas circunstancias, "es toda una vida". Por ello, le "choca" que, viendo lo que sucedió en el país transalpino, el Gobierno español haya tardado "tanto" en tomar medidas: "Con los primeros casos, antes de que explotara, me esperaba algo".

Mientras tanto, al otro lado del Mediterráneo, el coronavirus sigue ganando terreno a la salud pública. "Está todo colapsado. Estamos como en la guerra. Respetar los protocolos es otra cosa. Se hace lo que se puede", cuenta Xavier, sobre la situación que pasa el hospital en el que trabajaba hasta hace una semana, ya que desde hace unos días refuerza la central de emergencias, recogiendo "una llamada por cada dos minutos". Así siete horas al día. Y vuelta a su vivienda. Eso sí, siempre acompañado de su "auto certificado, que te identifica y declara por qué sales a la calle".

En la casa primitiva, en la de Moaña, está la madre de todos, Chiruca. La penúltima de esta saga en entrar en cuarentena; pues todo parece indicar que el definitivo será Hugo, el canadiense de adopción. La progenitora, en vista de las noticias de primera mano que le llegaban, sobre todo, de Italia, decidió encerrarse "voluntariamente cuatro días antes" de que lo decretase el Estado. Teniendo en cuenta, además, que su madre -la abuela de ellos- tiene 87 años e incapacidades respiratorias.

Desde entonces, pese a estar separados, luchan juntos contra la pandemia. Para ello se (video)llaman a diario. "La pregunta es siempre la misma: ¿alguna novedad? Ya sabemos a lo que nos referimos", expresa la madre.