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Adela Cortina: "La precariedad se ha convertido en el pan nuestro de cada día"

"Me preocupa la 'extimidad': esta época en la que siempre estamos en redes, pero en la que no se profundiza"

Étnor, en Valencia.

La mañana es de plomo en el Ensanche de Valencia y la humedad traspasa todos los tejidos. Adela Cortina derriba protocolos: sale a la entrada de la Fundación Étnor, de la que es directora académica, con la sonrisa puesta. La discípula de la ética del diálogo de Habermas y Karl-Otto Apel prefiere continuar sin teléfono móvil. Tendrá ventajas, afirma, pero "más que una obligación, es una adicción".

-La revolución digital ha tenido un impacto tremendo. ¿Su trascendencia es tanta como la de la imprenta?

-Yo lo veo así. Esta tercera revolución industrial es tan importante como la de la imprenta: está cambiando nuestro modo de escribir, pensar y me temo que de vivir. Tiene ventajas, pero también inconvenientes. Aquella pregunta de si internet nos está haciendo más estúpidos o al menos superficiales me parece pertinente. Cada vez nos cuesta más leer un libro o un artículo entero.

-¿Somos la generación fragmentada?

-Vamos picando de aquí y allá entre tantísima información. Es algo abrumador cuando estás tratando cualquier tema y haces una búsqueda en internet. Se comprende que rara vez leamos un libro hasta el final.

-¿Nota mucha diferencia entre los jóvenes de hoy y los de otras épocas?

-De los jóvenes hay que decir cosas para bien y para mal. Hay mucha más facilidad para obtener información, aprender idiomas, organizarse viajes... Pero precisamente por eso la superficialidad es un riesgo, porque para conocer algo a fondo hay que dedicar reflexión y tiempo. Y después, con excepciones, se han encontrado un mundo más sencillo, que sus padres se han trabajado para ellos, y muchos no se dan cuenta de que hay que mantenerlo y ganarlo. Esa cultura del esfuerzo se ha perdido bastante.

-Se suele decir que la tragedia de la sociedad actual es que los jóvenes vivirán peor que sus padres por la precariedad laboral.

-Los de mi generación hemos estado acostumbrados a ir progresando en todo: de la dictadura a la democracia, algunos subieron de los niveles más bajos a ser profesores de instituto y de universidad. Eso se ha detenido y la precariedad es el pan nuestro de cada día. Es dramático, porque una persona no puede organizar su vida sin saber de qué medios va a disponer. Esa debería de ser una de nuestras preocupaciones fundamentales: asegurar para los jóvenes empleo estable es de primera necesidad.

-¿Entonces, este mundo de 2020 lo sobrelleva, lo entiende o le enerva?

-Todo lo nuevo me parece un desafío. De hecho, en los últimos tiempos he entrado en temas de inteligencia artificial. Es espectacular. La inteligencia artificial lleva a pensar qué es la inteligencia humana, la memoria, el sentido moral.

-¿Pero inteligencia para qué?

-Sí, pero fíjate, con la inteligencia artificial he aprendido que los seres humanos tenemos la capacidad del sentido común. ¡Qué obviedad! Pues no, porque los sistemas inteligentes no tienen inteligencia general, sino solo parcial. Deep Blue es capaz de ganar a Kasparov al ajedrez, pero solo sabe jugar a eso.

-¿Una catedrática de Ética está orgullosa de todos sus actos?

-No, por Dios. Sería absolutamente acrítica y estúpida. Para nada.

-Ahora se habla mucho de posverdad, de que importan más las emociones que la verdad científica. ¿Ese es el momento actual?

-La posverdad me pone muy nerviosa, porque decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar es sencillamente mentir. Y te dicen que funcionan esas mentiras porque hay quienes están deseando aceptarlas. Y no. Siempre ha habido gentes que están deseando que les cuenten las cosas de una manera para quedarse satisfechas. Eso se llama bulo.

-En definitiva, las personas somos cómodas, nos gusta quedarnos en el espacio de ideas al que nos hemos habituado.

-Es una especie de mecanismo de supervivencia. Nos encontramos mucho más a gusto con aquello que fuimos aprendiendo desde la infancia, el mundo en el que nos hemos ido socializando.

-Desde ese punto de vista, la autocrítica es el elemento clave para romper los círculos cerrados.

-La autocrítica es clave: la conciencia, la reflexión, lo que hacían los clásicos. Es uno de los temas que me preocupan con la "extimidad": esta época de exterioridad en la que siempre estamos en redes pero en la que no se profundiza. La gente pone fotos, pero hay algo muy importante que es la intimidad.

-Habla de superficialidad y "extimidad": ¿los rasgos de este tiempo convulso?

-Es lo que me temo. No hemos aumentado tanto el poder de comunicación como el de conectividad. Nos quedamos en ese mundo un poco superficial de las redes y eso nos lleva a perder humanidad. Séneca decía que el ser humano tiene que ser el artífice de su propia vida y para ello hay que saber qué se quiere. Y eso es muy difícil.

-¿Es consecuencia de esa "extimidad" el hecho de que la moderación esté en crisis y avancen las posiciones extremas?

-La moderación no está de moda. Lo están la polarización y los discursos del odio. Pero a lo largo de la historia ha habido de todo esto. Estamos en el mejor momento si comparamos. Yo sí creo que ha habido un progreso. Por eso es lamentable que, en vez de utilizar los nuevos medios para crear mayores situaciones de felicidad y concordia, los estamos utilizando para lo mismo que en la Edad Media: la polarización y el descrédito del otro.

-¿El populismo es la peor cara de la política?

-La peor cara, no, pero es uno de los grandes problemas de nuestro momento. En realidad no es ni de izquierdas ni de derechas, sino una estrategia de acción. Puede ser populista Trump y también Maduro. Pero sí, hay toda una lógica de acción nefasta, que consiste en dividir el pueblo entre nosotros y ellos, y eso lo hacen de un color y otro. El nosotros suele ser una posición supremacista, los otros son inferiores. Esa distinción entre los correctos, morales, y los otros es destructiva del mundo democrático.

-¿Es trasladable esa idea al nacionalismo?

-Desde mi perspectiva, sí. La humanidad es un nosotros absolutamente universal. Una cosa es tener cariño a la propia tierra y otra cosa es ese nacionalismo que rompe y que en el siglo pasado fue nefasto.

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