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Desnudas para robar

Retrato maledicente y vitriólico de las andanzas escondidas de los lobos de Wall Street

// Diamond Films

Algo de "El lobo de Wall Street" con zarpazos femeninos de cierto afán revanchista. Un poco de "Showgirls" con evas al desnudo dispuestas a usar su cuerpo para prosperar. Estas estafadoras de escaso fuste que se dedican a robar a los que consideran ladrones de huellas enmoquetadas prometen más de lo que ofrecen.

Hay material de sobra para trenzar una corrosiva denuncia de usos y costumbres de la suciedad capitalista en vertederos financieros ("en la cima no hay consecuencias", hay que tenerlo claro) pero ni el dibujo de los personajes ni las costuras visuales están a la altura.

Vamos, que Lorene Scafaria está a años luz de las cabriolas estética del gran Scorsese y se quedan lejos del ímpetu borrascoso y cínico de Verhoeven. Su película, púdica hasta extremos sorprendentes y tan sutil como un bocinazo, se sostiene gracias al brío de unas actrices que se dejan la piel en el empeño (se habla mucho y bien de Jennifer López, convincente sin más, pero el trabajo de Constance Wu es más matizado y conmovedor) y ciertos pellizcos malpensantes que le dan cierta gracia al tinglado.

La maternidad como enfermedad mental (se dice, aunque seguramente no se piensa), la pesca de incautos con pasta mansa como un deporte sin muerte, las enseñanzas experimentadas sobre cómo identificar un buen botín de otro insuficiente (cualquiera puede tener un buen traje, hay que fijarse sobre todo en los zapatos, en los relojes, en los portafolios... en fin, los detalles pequeños de gran valor), las reflexiones picajosas sobre el funcionamiento del mundo moderno (todo el mundo es un club nudista, concluyamos, unos mueven el dinero y otras bailan para ellos) o la reconversión de la droga en herramienta para el robo de créditos a corto plazo son los anclajes más sólidos de una película que recurre en demasiadas ocasiones a un previsible sentimentalismo propio de las películas de amigas para siempre y que empieza a desfondarse justo cuando las cosas se ponían más feas para los personajes.

El retrato de este grupo nada salvaje de mujeres que trabajan para satisfacer el vicio de embaucadores, impostores y trileros (unos tiburones, otros simples merluzos) no despega como drama y cojea como retrato maledicente y vitriólico de las andanzas escondidas de los lobos de Wall Street. Insignificante, en fin, como acotación al margen de unos asuntos que hicieron temblar nuestras vidas.

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