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LA ESPUMA DE LAS HORAS

El océano que forjó New Bedford

Historias de enriquecimiento, ballenas y balleneros a propósito del bicentenario del nacimiento del autor de "Moby Dick"

Animado por el bicentenario Melville he dedicado tiempo a leer viejas y nuevas historias de ballenas y balleneros. Siempre me gustaron y "Moby Dick" es la mejor novela luminosa que conozco urdida en la niebla. "Si la luz y la vida están compuestas de color, la blancura de la ballena es la palidez de los muertos y el sudario en que nos envuelven", escribió su autor.

En el caso de Melville la luz proponía de las brumas de Londres que lo acompañaron durante parte de su gestación. En Tower Hill se encontró con una escena que saltó enseguida de la realidad a la ficción. Vio a un mendigo con una sola pierna con un cartel al cuello y en él fue capaz de visualizar la ballena que le había atacado. Esa extraña visión serviría para definir físicamente a Ahab, uno de los grandes personajes literarios de todos los tiempos, privado de su pierna por el gigantesco leviatán que no ceja de perseguir para darle caza. Después su carácter iría cincelándose gracias a las lecturas de Coleridge, Milton y Shakespeare.

He leído la historia ambiental del estrecho de Bering que cuenta Bathsheba Demuth ("Floating Coast: An Enviromental History of the Bering Strait"), que aunque se considera así, también podría definirse como una meditación sobre la biosfera. Demuth incluye espléndidas descripciones del paisaje que ha estado admirando desde que lo visitó cuando era adolescente. Le interesan los animales, especialmente las ballenas, y su libro es, en gran medida, una crónica sobre el mar. Los tratados políticos y los acuerdos comerciales, que cambiaron la vida en el gélido pasaje que separa Rusia de Alaska, ocupan, en cambio, un segundo plano. Aunque centrado en el estrecho de Bering, el libro, además de documentar la historia de los seres que allí viven, sigue a las flotas balleneras hasta Japón y Hawai.

En 1836, el secretario de la Marina de los Estados Unidos calificó la captura de ballenas no como un mero intercambio de mercancías, sino como una fuente de creación de mano de obra y riqueza en el océano. La caza fue vista como un proceso generativo, una forma de hacer que algo inútil, la vida silvestre no alterada por el hombre, se convirtiese en dinero. Este error condujo a la práctica extinción de muchas especies de ballenas, nutrias marinas y morsas, y a la semidestrucción de las sociedades que dependían de estos mamíferos para su sustento.

Los primeros balleneros de Nueva Inglaterra cruzaron el estrecho de Bering en 1848. En una época anterior al queroseno, codiciaban la grasa de ballena como aceite de lámparas; también se usaba para engrasar máquinas, hacer jabón y perfume, y como insecticida y fertilizante. Hasta que se desarrollaron el acero y el plástico, las cerdas de queratina que las ballenas usan para filtrar los alimentos mientras se mueven por el mar, se convirtieron en corsés, látigos, sombrillas, varillas y otros productos de consumo. La caza de ballenas estadounidense empleó no solo arpones sino también lanzaderas con explosivos que funcionaban como rifles de precisión.

En ningún lugar de América encontrarás más mansiones, parques y opulentos jardines que en New Bedford. ¿De dónde vienen?, se preguntaba Herman Melville. Él mismo sabía la respuesta: procedían de los océanos. "Todos y cada uno, fueron arponeados y arrastrados desde el fondo del mar". Una y otra vez.

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