"Los niños hoy no tienen tiempo para aburrirse, ni para jugar. No tener tiempo es un símbolo de estatus porque todo está planeado. Esto satura los sentidos de los niños. Yo recomiendo que los niños se aburran para que creen. Los niños encontrarán qué hacer. Nos estamos cargando el principal tesoro de la infancia: el tiempo para el juego". Esta fue una de las ideas que trasladó la escritora y periodista Ana Millet al público del FARO IMPULSA ayer a través de su conferencia "¿Niños perfectos o niños felices? Consecuencias de la hiperpaternidad".

Para entender este último término, aclaró que los hijos de los hiperpadres o hipermadres son los niños consentidos de toda la vida con factores extras como la ansiedad de los padres y la presión para que el pequeño triunfe. De ahí, que los apunten a mil y una actividades extraescolares con el fin de lograr el éxito, que destaquen como estrellas precoces o de adultos. Como consecuencia, "cada vez los niños hacen más cosas y más pronto; tienen desde pequeños todas las tardes ocupadas con un sinfín de extraescolares. Hacer actividades extraescolares está muy bien pero con cierta medida".

Reconoció que "ayudan a conciliar" la vida laboral y familiar, pero como contrapartida ocupan todo el espacio de ocio de los pequeños: "Estamos matando la curiosidad, las ganas de aprender". "Más parque y menos actividades extraescolares", defendió.

Para comprender el alcance de la reducción del tiempo de juego, puso un anuncio audiovisual en el que se le preguntaba a reclusos norteamericanos cuánto tiempo tenían al día para salir al exterior, al patio. Señalaban que dos horas y que eran las mejores de la jornada. Ante la cuestión de qué sucedería si se las disminuyeran a una, apuntaron que sería una desgracia para ellos y que la supervivencia en el penal se les haría muy ardua. Llegado ese momento, los entrevistadores les dijeron que había un grupo poblacional con menos tiempo que ellos de recreo: los niños. En el remate, se proponía que los pequeños tuviesen tiempo para jugar, para ensuciarse, ya que el anunciante era una marca de detergente.

Ana Millet opinó que "la hiperpaternidad ve el juego como una pérdida de tiempo. ¿Para qué jugar si el niño puede aprender en ese tiempo chino o inglés? Las hipermadres o hiperpadres no se dan cuenta de que el juego es clave para el trabajo en equipo, la sociabilidad, la adaptación a la frustración y la tolerancia".

La experta indicó que, entre las consecuencias de este modelo, se encuentra un alto estrés familiar que afecta al bienestar. Los niños hiper, por su parte, son también conocidos como la generación blandita o copo de nieve porque han sido "criados haciéndoles ver que eran el centro del universo sin pedirles nada a cambio".

Estos niños hiper, especificó, se caracterizan por recibir una atención excesiva, obsesiva. "Los padres revolotean alrededor del niño que es el rey sol, que crece sabiendo que es el centro; está en una especie de altar doméstico. Ahora se rinde culto al descendiente. Antes, las casas estaban llenas de fotos de los abuelos, bisabuelos, que hoy han desaparecido para ser sustituidas por las imágenes de los niños haciendo cosas o de sus dibujos. Es un nuevo culto al descendiente", observó.

Autonomía, sobre todo

Otras características de este tipo de niños es que los padres les van resolviendo sistemáticamente todo lo que deberían en teoría solventar los pequeños. Por ejemplo, hacer los deberes. "Ahora, madres y padres hacen siempre los deberes con sus hijos de forma sistemática. Está bien ayudarles pero si sistemáticamente les dices que vas a hacer los deberes juntos les estás impidiendo que adquieran autonomía. Les das a entender que sin ti no pueden hacerlos cuando todo estudiante necesita autonomía", agregó.

Eva Millet también habló de la sobreprotección que ha llevado a convertir a los pequeños en "seres intocables, a los que ni los profesores les pueden decir nada".

Para esta periodista y escritora, se ha extendido entre la sociedad una suerte de aforismo -al que tildó de neuromito- que señala que "de los cero a tres son los años más importantes" como si después de ese límite el aprendizaje y la adquisición de capacidades quedasen mermados o anulados. "Esa frase pone muy nerviosos a los padres que empiezan a oír una voz que les dice: Mételo en inglés, en chino, en música...".

Reconoció que "el futuro será complicado, pero para prepararlos para un futuro incierto tenemos que educarlos en el carácter trabajando cosas como la paciencia, esfuerzo... Herramientas básicas que se están olvidando", al igual que palabras mágicas como "gracias, buenos días o por favor" que, según Millet "abren más puertas que ir a inglés".

La experta también recomendó dejarles de preguntar todo (hasta si quieren dejar el pañal o lo que van a comer) porque "la familia, aunque no ha de ser una dictadura, ha de ser una jerarquía para guiarlos según nuestras propias normas".

Una magia que se pierde

Esta aseveración está conectada con otra de sus opiniones vertidas en el Foro: "Nuestros hijos no quieren tener unos padres perfectos, necesitan padres que les pongan límites para que ganen autonomía".

Por último, indicó que buena parte de la culpa de la situación de superprotección actual se debe al sistema económico. "Hay una oferta brutal en el mercado para conseguir un hijo a la carta nutrido de conocimientos y del concepto de experiencias mágicas. La infancia ahora ya no es lo suficientemente mágica", lamentó. De ahí, que haya familias que hasta pidan créditos para ir a Laponia para conocer a Papá Noel. "En el fondo, apuntó, lo que más les gusta a los niños es estar toda una tarde con sus padres".