Es difícil, muy difícil hacer bien lo que pretende Dani de la Orden en Litus. Parte de la reunión de un grupo de amigos varios meses después del suicidio de quien ejercía de pegamento que les unía a todos (sí, el tal Litus) para ensayar un pequeño viaje emocional colectivo, que a lo largo de esas horas, del mediodía a la noche, discurre entre lo casual, el apunte cómico, el drama, la intriga y, finalmente, la reflexión. Pero el director no consigue que lo que se cuenta pese de verdad, y mira que aquí se habla de cosas importantes.

¿Y por qué no lo logra? La verdad es que no lo sé, pero creo que todo está en un miedo del director que percibo, por ejemplo, en el uso de la banda sonora, la incidental (no las dichosas canciones de Iván Ferreiro; la del final es literal hasta el sonrojo): De la Orden sobreemplea unos fondos para marcar los diferentes tonos de las escenas, con sintes a lo Eno para el drama y guitarrita informal para las salidas más o menos graciosas de algunos recovecos de la historia; la música se convierte así más en dictadora que complemento y, a la postre, refleja que quien la ha encargado no confía realmente en su propia capacidad para contar lo que está contando.

También se nota algo similar en el aspecto puramente visual: las escenas con cámara al hombro, nerviosas, más pegadas a los actores para abordar los momentos más tremendos del relato chocan estrepitosamente con la puesta en escena general, de planos abiertos, leves y estáticos. O ahora que lo pienso, quizá sea peor todavía: ¿Y si De la Orden en quien no confía en realidad es en el espectador y su capacidad para seguirle en un relato tan teatral y sin asideros como éste y por eso echa mano de esos extras? "Litus" busca agradar, sin más, con un mensaje básico y su puntito final sensible, tierno y bienintencionado. A mí, eso sí, ya se habrán dado cuenta, me ha dejado insatisfecho.