José María: "¿Te acuerdas de lo impresionante que fue aquella caída de los valores tradicionales de la izquierda?". Galbarriato: "Joder, que si me acuerdo. Si no se hablaba de otra cosa".

Año 9177, mil años arriba, mil años abajo. El mundo se resume en un Edificio Representativo donde viven los poderes establecidos (el Rey, el alcalde, los curas, la Guardia Civil, el Almirante, los policías locales?) y, al fondo del Gran Cañón del Colorado, el pueblo de los parados. Cuando un vendedor de limón (Roberto Álamo) trata de entrar al Edificio, las fuerzas vivas intentan impedírselo de todas las maneras posibles. "Sufriría usted una merma ontológica", le advierte el portero (Carlos Areces). El parado, se entiende, debe ser parado y nada más: de ahí que surja la revolución.

Después de seis años sin nuevo proyecto, José Luis Cuerda regresa a su universo más particular, compuesto por "Total" (1985), "Amanece, que no es poco" (1989) y "Así en el cielo como en la tierra" (1995), para completarlo. Y aunque parezca seguir un continuo, esta "Tiempo después" tan solo suena como las anteriores. Nace desde una idea más grande (el funcionamiento de las clases sociales y el capitalismo) y se enreda en una suerte de película literaria donde se sacrifica el gag visual por una acumulación parafílica de diálogos marca de la casa que se convertirán en dejes nuevos de todos los amanecistas. Los personajes rezan al Quijote antes de comenzar la batalla, hacen pareados de mal gusto para tranquilizarse, recitan a Lorca con tal de ganarse un corte de pelo o, cómo no, pasan mucho de Hegel.

El compendio de tanta brillantez cinematográfico-literaria es una comedia única, que sobrepasa a sus hermanas mayores porque 1) mezcla surrealismo manchego con narrativa clásica, 2) está marcada por una dirección de arte y fotografía portentosa, 3) se apoya en un reparto inesperadamente genial y, sobre todo, 4) posee un discurso potentísimo sobre nuestro mundo. Escribió Bradbury que la ciencia ficción (género en el que "Tiempo después" entra de lleno con sus sudamericanos voladores) trata más de nuestro presente que de nuestro futuro: así se define este filme, muy probablemente la película más redonda de José Luis Cuerda.

Por debajo de la esperanza que nos promete al inicio, recorre el metraje un sentimiento de resignación terriblemente actual: a nuestras victorias se las comió el sistema para hacernos trizas.