Más de una vez en la historia, detalles aparentemente nimios propician consecuencias drásticas. Es lo que ha ocurrido con la conocida como lente de Layard, que probablemente integrase las primeras gafas (o monóculo) de la humanidad para el astigmatismo, ya en el siglo VII antes de Cristo, pero que pasó sin pena ni gloria durante décadas en los sótanos del Museo Británico por un error de catalogación.

El especialista en Toxicología gallego Tomás Camacho -responsable de Análisis Clínicos de Vithas Lab en Vigo- ha podido acceder a esta pieza de cristal de roca, descubierta por Austen Henry Layard en Nimrud, antigua capital asiria, en 1849, y que solo había sido estudiada por cuatro personas. "Ha sido una excepcional experiencia", señala el experto. A diferencia de otros científicos que consideran que formó parte de la primera lente de telescopio del mundo, Camacho sostiene que se usó en una montura, de la que fue extraída -aún se aprecian las hendiduras en el cristal- porque probablemente fuese de oro. El valor de la pieza sería aún mayor, porque las primeras gafas hasta ahora conocidas de la historia empezaron en el siglo XIII.

Así que el experto gallego, que publicará un extenso artículo científico al respecto, resume la sorprendente historia de una lente que acabó envuelta -también- en el eco de teorías extraterrestres. Por eso, Camacho participó en el programa de "Cuarto Milenio" emitido anoche.

La lente fue descubierta en unos cuencos de cristal con el nombre de Sargon y el título de Rey de Asiria en caracteres cuneiformes y fue datada en periodo final del siglo VII antes de Cristo. "Sus propiedades no podían haber sido desconocidas por los asirios", aseguró ya Layard en su publicación de 1853, que vio en la lente una precocísima lupa. Encomendó su estudio a David Brewster, un eminente científico escocés que estaba especializado en óptica, pero que realizó una errónea anotación que arruinaría todo el prometedor interés suscitado por la expedición. Del grosor de la lente decía que la lente era la novena parte de una pulgada (casi 23 milímetros), cuando en realidad su máximo grosor en algún punto es la cuarta parte (unos 6 milímetros). Esto iba a suponer un auténtico jarro de agua fría: el grosor mal apuntado implicaba que su interés óptico era más que cuestionable. Y, desgraciadamente, dicho error fue también asumido por el Museo Británico. La pieza fue condenada de nuevo a la oscura penumbra de los sótanos.

Tendrían que pasar más de ochenta años desde su descubrimiento hasta que alguien descubriese el error. Fue en 1930 cuando el óptico W. B. Barker, presidente de lo que hoy es denominado el Colegio de Optometristas de Londres, se dio cuenta de toda la confusión. Pero en ese oscuro periodo de entreguerras, la publicación apenas tuvo repercusión. El Museo Británico siguió aferrado a la vieja idea de que era un objeto ornamental.

La situación daría un giro inesperado en 1968. Ese año el controvertido autor suizo Erich von Däniken publicó su libro "Chariots of the Gods?" -"Recuerdos del futuro", un bestseller- en el que defendía que "la religión de varias civilizaciones antiguas les fue revelada por visitantes extraterrestres, quienes además de ser recibidos como dioses les habrían transmitido conocimiento tecnológicos", y que "incontables e inusuales artefactos hallados en la tierra en realidad provenían del espacio exterior, dejados por dichos visitantes espaciales". Pero además, en ese libro se refirió a la lente de Layard y reprodujo la foto con la leyenda: "Una lente de cristal asiria procedente del siglo VII antes de Cristo. Para realizar tal lente se requiere una fórmula matemática altamente sofisticada. ¿Dónde los asirios adquirieron tal conocimiento?". El escritor apuntaba a la necesidad de usar un proceso electroquímico para cortar el cristal, "con óxido de cesio". Esta explicación, que descarta por completo el investigador vigués, caló en su día entre millones de lectores, que veían el nombre del Museo Británico en la fotografía, lo que propició que fuese inundado por multitud de curiosos, provocando aglomeraciones y también multitud de solicitudes para verla y someterla a estudio, de investigadores serios... y no tanto.

Por tanto, la reacción fue tajante: retiraron la pieza de la vitrina en la que se encontraba. Fue el investigador Walter Gasson quien, después de una campaña de presión, logró que la pieza se volviera a exponer el año 1972 e incluso logró autorización para su estudio. El experto hace mención a que era "una lente oval que encajaba perfectamente en la cuenca del ojo, conjeturando la posibilidad de que hubiese sido usada por un escriba del palacio de Sargon para corregir su presbicia", indica Camacho.

En 1998 el investigador estadounidense Robert Temple sería la cuarta persona que tendría acceso a la lente, ratificando los datos técnicos obtenidos por los autores previos y planteando una hipótesis que iba más allá: que fuese intencionadamente realizada para una persona con astigmatismo (lo que obligaba a replantearse conceptos asumidos como que las lentes para corregirlo no habían comenzado a realizarse hasta mediados del siglo XIX).

Ahora es la mirada de Tomás Camacho la que se vuelve sobre el histórico objeto: "Fue un cuidadoso monóculo hecho a mano para corregir la astigmática condición de un individuo muy especial, posiblemente un rey. Representa una hazaña tecnológica magnífica", asegura. "Sin duda, uno de los más singulares artefactos tecnológicos que sobreviven desde la antigüedad".