La poeta uruguaya Ida Vitale se convirtió ayer, a sus noventa y cinco años, en la quinta mujer que obtiene el Premio Miguel de Cervantes a lo largo de las más de cuatro décadas de historia del galardón. La decisión fue anunciada por el ministro de Cultura, José Guirao, y rompe una tradición no escrita (bastante absurda, si se piensa bien) por la que este importante reconocimiento literario viaja cada año, alternativamente, a una de las dos riberas del Atlántico. Como en la edición de 2017 correspondió al nicaragüense Sergio Ramírez, muchas predicciones apuntaban a que la elegida sería una figura española: de Javier Marías a las también poetas Clara Janés o María Victoria Atencia.

Un jurado presidido por la académica Carme Riera ha sido unánime, sin embargo, al conceder el Cervantes a Ida Vitale. El rigor de una obra exacta, exigente, muy depurada y sin concesiones a la retórica trillada, justifican la decisión. La autora de "Sueños de la constancia", entre otros títulos muy recomendables, nació en Montevideo en 1923 y pertenece a una extraordinaria generación de escritores uruguayos en la que también destacan Idea Vilariño, Juan Carlos Onetti o Mario Benedetti.

Ha tenido que rebasar los noventa años para que a Ida Vitale empiecen a sonreírle los premiadores. Desde 2015 le han dado el Reina Sofía de Poesía Iberoamerican y el Federico García Lorca. Y recogerá próximamente, en Guadalajara (México), el FIL de literatura en lenguas romances. Todos con buen dotación económica. El Cervantes tiene una bolsa de 125.000 euros. En este caso, un reconocimiento merecido. La poeta uruguaya -también ensayista, crítica, traductora y profesora- gozaba ya de gran prestigio entre los buenos lectores de poesía. Antes que ella, obtuvieron el "Cervantes" María Zambrano, Ana María Matute, Dulce María Loynaz y Elena Poniatowska.

Un premio que coincide con una cierta y justificada revisión del canon de la poesía en español. Algunas notables escritoras han quedado relegadas de las antologías y las consagraciones. Cabe señalar, en este sentido, que el Premio Nacional de Poesía y el Premio Nacional de las Letras han sido este año para Antònia Vicens (editada por Saltadera) y Francisca Aguirre, respectivamente.

Con motivo de la aparición de "Poesía reunida", volumen publicado el año pasado por Tusquets, señalábamos en este mismo diario que la obra lírica de Ida Vitale tenía su origen en la búsqueda de una voz propia, pero también "nueva y extrema", como ha dicho la autora en un texto de "Palabra dada". Con la misma obsesión por las correcciones de uno de sus primeros maestros, Juan Ramón Jiménez, y el gusto por las encrucijadas del lenguaje de José Bergamín, que en su exilio llegó a dar clases a la poeta montevideana, Ida Vitale ha levantado una obra lírica alejada de las repeticiones de la retórica. Ofrece siempre una muy personal visión del mundo que se engasta, no obstante, en el campo de la universalidad y el humanismo. Destaca, además, por la variedad de sus registros: desde estrofas clásicas (sonetos, décimas...) a la escritura automática.