El atrevimiento de rodar una historia sobre campos de exterminio nazis con escasos medios y dando el protagonismo a un Mario Casas aún en proceso de metamorfosis / madurez interpretativa (ya no es el chico que se quita la camiseta a las primeras de cambio) merece respeto. Y los resultados son dignos en líneas generales y rotundos en momentos puntuales.

Cierto es que hay algunos desajustes interpretativos, el guión simplifica en exceso la tragedia para llevarla a terrenos resbaladizos, se produce algún que otro bajonazo en el ritmo y algunos personajes rozan a menudo el estereotipo, pero el empeño tiene la suficiente dignidad para ser benévolo con sus evidentes carencias, entre ellas la todavía imprecisa voz de un esforzado Mario Casas.