Tras sufrir un accidente doméstico con una olla a presión en la que cocinaba pulpo, lo que más miedo le daba a Ana Comedeiro, de 51 años, era quedarse ciega. "No me importaban las cicatrices de las quemaduras, estaba viva y eso era lo importante pero me daba terror el no volver a ver", explica. El vapor y el agua hirviendo de la tartera le provocaron quemaduras en la cara, brazo, axila y pecho del lado derecho de su cuerpo. Tuvo que ser hospitalizada en la Unidad de Quemados del hospital Povisa y durante varios días no pudo abrir los ojos por la quemadura en los párpados. Cuando lo hizo, no podía ver bien porque el calor le había dilatado las pupilas.

Ocurrió el pasado mes de julio en su casa, en el barrio de Teis. Utilizó una de sus dos ollas a presión como llevaba haciendo "veinte años", pero en esa ocasión, al acercarse para apagar el fuego y quitarle la válvula "porque era de las de antes", la tapa salió disparada. "Saltó la tapa y ya me quemó", explica. De inmediato se quitó la camiseta y su marido le ayudó a meterse en la ducha con agua fría. Llamaron a unos vecinos que son médicos y que le aplicaron crema para las quemaduras y colirio en los ojos -"me ardían una barbaridad", cuenta- hasta que llegó la ambulancia.

Durante un mes y medio estuvo haciendo curas a diario. "Me tenían que limpiar las heridas para quitarme la piel quemada y después iba de vez en cuando al cirujano plástico, aunque por fortuna no me tuvieron que hacer ningún injerto", relata. El mayor riesgo tras una quemadura de este tipo son las infecciones, así que desde el principio la trataron para prevenirlas. "También me dieron morfina, porque el dolor era insoportable. La quemadura se sigue sintiendo por dentro durante días", recuerda.

"Nunca me había pasado nada, no sé si fue fallo mío de que la cerré mal o que la válvula se taponó, no lo sé y la verdad es que no me dio tiempo a verlo, y una vez que pasa tampoco ves ya nada y no sabes qué pudo pasar", afirma.

Su recuperación fue "sorprendente", a juicio de los propios médicos, y las secuelas del accidente apenas son visibles en la parte interna del brazo. Ana sí es consciente de ellas, porque además de continuar con las cremas por la noche y tener que evitar el sol, nota más sensibilidad en su nueva piel. "Es como si fuese la de un bebé, cualquier cosa que me roce me molesta muchísimo", indica esta viguesa, que no ha sido capaz de volver a utilizar una olla a presión desde lo ocurrido, pero espera volver a hacerlo pronto porque, remarca, "son muy prácticas".

"Le tengo bastante respeto, veo para ella pero todavía no estoy preparada. Me quedó una cosa dentro, un miedo que espero que se me pase porque me impresionó mucho, explotó como si fuese una bomba", apunta. Pese a su miedo, defiende la seguridad de las ollas a presión, un utensilio que, recuerda, usan cientos de miles de personas a diario sin problemas. "Es como pasa con los aviones: ocurre un accidente y llama mucho la atención, pero en realidad lo normal es que no ocurra nada. No se puede decir que son peligrosas", subraya con rotundidad.