El Vaticano ha ordenado suspender durante diez años de su ministerio al sacerdote José Manuel Ramos Gordón de la Diócesis de Astorga. El cura está acusado de abusos sexuales cometidos hace 35 años en ese centro de Puebla de Sanabria. El gallego F. P. G., estaba interno en el Colegio Juan XXIII durante los cursos 84, 85 y 86, apoya "totalmente" la denuncia del seminarista de La Bañeza que destapó los abusos sexuales. El alumno tiene grabado en su memoria cómo el primer día que llegó al centro ya le previnieron y así lo recordaba para FARO cuando estalló el caso en 2017: "'Ten cuidado que por las noches hay un cura que se mete con los chicos'. Pero no haces mucho caso, piensas que puede ser algo como las novatadas".

Este exinterno describe que en los dormitorios, con las camas separadas por armarios, había grandes pasillos. "Recuerdo que yo dormía junto a mi compañero de Vigo al lado de la ventana, con la persiana levantada dejando ver la luz de la luna. Cuando llegaba él (el sacerdote) con sus gafas plateadas ya no dormías en toda la noche. Alguna vez lo vi arrodillado en la litera de abajo intentando retirar la ropa, y eso que ajustábamos bien la manta debajo del colchón para que no metiera la mano". F. P. G. asegura que "con los mayores no se atrevía, iba a los pequeños. Perdí la pista de un niño que se meaba en la cama -lo llamábamos Pepón-, se quedaba hasta en Navidades en el colegio porque sus padres eran emigrantes y siempre andaba asustadizo. Y había dos gemelos pequeños que también se meaban, temblaban, se encogían".

Otro de los alumnos que se suma a estos testimonios, de la provincia de León, de 48 años, estudió varios años en Puebla. Asegura que el miedo de los internos a lo que ocurría por las noches les obligó a intentar evitar esas indeseables visitas: "Todos los sábados por la mañanas nos obligaban a hacer limpieza de los dormitorios. Lo que hacíamos entre semana es que atábamos la sábana y la colcha a los muelles, cada muelle igual estaba a 10 ó 15 centímetros, para que cuando fuera a meter la mano no pudiera meterla. El sábado cambiábamos sábanas y volvíamos a dejarlas atadas. Pero claro, alguno andaba más despistado y, al que andaba más despistado, se la liaba". En ese dormitorio comunitario había niños de 7 a 14 años. En otro dormitorio pernoctaban los mayores, los de Bachillerato. Sobre las 10 de la noche los niños subían a los dormitorios "y después se esperaba un rato a que se callara todo el mundo".