Hace cincuenta años la jet en Portugal celebraba una de las más sonadas fiestas del siglo XX y, a la vez, se desencadenaba el inicio del fin de un régimen perpetuado durante décadas.

En la noche del 6 de septiembre 1968 António de Oliveira Salazar fue operado de urgencia en el Hospital de la Cruz Roja de Lisboa. Al mismo tiempo, a pocos kilómetros de allí, en su quinta de Alcoitão, el millonario boliviano Antenor Patiño daba una fiesta considerada el acontecimiento social del siglo, a la que asistieron entre otras actrices Grace Kelly, Audrey Hepburn y Gina Lollobrigida, una parte de la realeza y la crème de la sociedad. El propio Georges Pompidou había confirmado su presencia pero con los sucesos de Mayo del 68, aún frescos, acabó por no presentarse. Patiño recibió a los invitados con un esmoquin blanco, y Mary Espírito Santo, la mujer de Ricardo Espírito Santo, DDD ( dono disto tudo) de Portugal, vestida por Pierre Balmain, fue la primera en aparecer. Al contemplar la verbena montada por los reporteros gráficos, dijo: "Tantos, tantos. Vamos a ver si consigo llegar arriba". La cúpula del Estado Novo portugués se repartió entre los dos lugares: la finca de Patiño y la Cruz Roja. Fueron trece horas interminables en las que se mezclaron el drama y la ostentación. Luis Supico Pinto, uno de los pocos ministros que había sido autorizado para acudir a la fiesta, se ausentó discretamente. Salazar estaba ya siendo atendido en el hospital. La preocupación crecía.

El salazarismo había empezado su agonía un mes antes cuando el sombrío y austero dictador se caía de la silla apolillada de lona, en la que acostumbraba a sentarse para leer los periódicos durante sus veraneos en el fuerte de Santo Antonio da Barra, justo a la entrada de São João do Estoril. Salazar cayó de espaldas y recibió un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo. El único testigo de aquello fue el barbero que le ayudó a levantarse del suelo. Las primeras palabras que escuchó del jefe del Gobierno eran que nadie podía enterarse de lo sucedido. A consecuencia del golpe, el dictador portugués sufrió una grave trombosis y tuvo que ser operado. Los médicos decidieron que no disponía de capacidad para seguir gobernando.

El presidente de la República, el contraalmirante Américo Thomaz, decidió, tras pensárselo mucho, nombrar nuevo presidente del Consejo de Ministros a Marcelo Caetano, exrector de la Universidad de Lisboa que había ocupado los cargos de ministro de las Colonias y de la Presidencia. A Salazar lo mantuvieron entubado un tiempo. El propio Caetano, en un gesto que delata las ganas que tenía de perder de vista al doutor, dio la orden a los facultativos de que si otro ciudadano necesitaba las máquinas que le mantenían vivo las desconectasen y volvieran a conectarlas para salvar una vida. No hubo necesidad de ello, puesto que Salazar se recuperó y los médicos que lo habían atendido le dieron el alta.

Nadie del régimen se atrevió a decirle al dictador que lo habían sustituido para que todo siguiera igual -Caetano lo llamó "la evolución en la continuidad"-, de manera que se puso en marcha uno de los esperpentos más disimulados de la historia. Los ministros acudían todos los domingos -su único día libre- a São Bento para despachar con el paciente, que raramente se dirigía a ellos. En los periódicos que le daban a leer a Salazar venían recortados los huecos donde aparecían referencias a Caetano. "O Século", que se declaraba independiente pero seguía consignas del régimen, llegó a imprimir una primera página falsa para que siguiera creyendo en la gran mentira. En septiembre de 1969 un periodista francés de "L'Aurore" le preguntó qué opinaba de Caetano, y le elogió agregando, sin embargo, que hacía mal en no querer formar parte del gobierno. Salazar solía decir: "Después de mí, el diluvio". Enseguida llovió de forma torrencial y brotaron claveles rojos de las bocas de los fusiles.