Convencidos de que la única manera de asomar la cabeza en el competido mundo del cine fantástico y de terror es asumir como irrenunciables las vías estéticas importadas del engranaje hollywoodiense, los nuevos talentos españoles en ese terreno de arenas movedizas muestran un evidente dominio de la técnica y una apaciguada convicción a la hora de arrancar las raíces a sus propuestas para hacerlas comestibles en cualquier parte del mundo. O, lo que es lo mismo, para quitarles cualquier atisbo de singularidad.

"El pacto" no abandona esa zona de confort prefabricada ya desde el storyboard y prolongada en la elección de Belén Rueda para que siga ostentando el rol de musa del cine de terror, y si bien no se le puede negar al director una indudable solvencia con la cámara y un prometedor talento para construir atmósferas amenazantes con detalles sorprendentes (las arañas albinas) la sensación final es de que hemos visto una película que nos sabemos de memoria, con lugares comunes para dar y tomar, diálogos demasiadas veces impostados y soluciones efectistas que afean el conjunto.

¿Estamos ante otro caso de película que era mejor sobre el papel y luego fue retocada hasta desfigurarla por demasiadas manos, como ha ocurrido en unos cuantos títulos españoles recientes?

Con pelucas improbables, algunos personajes imposibles y un planteamiento que empieza con ambición y da paso a escenarios ramplones, El pacto tiene el valor de poner en marcha la carrera de un cineasta que, entre líneas, apunta detalles dignos de alabanza. Le seguiremos la pista.