Fernando (nombre ficticio) trabaja en una empresa de jardinería desde hace ocho meses. Su historia podría ser la de cualquier emigrante salvo por el hecho de que él logró su empleo estando todavía en prisión y allí pudo conocer a las madres fundadoras de Érguete, que le animaron a "tener esperanza" y a "luchar". "Nos dolió a todos escucharlas porque lo que que pasaron ellas, comparado con lo mío, fue muchísimo más duro", recuerda.

Él fue uno de los quince participantes de la iniciativa Reincorpora InOut, "un viaje educativo" de diez meses de duración que se estrenó el año pasado en la cárcel de A Lama y que incluyó formación profesional específica en floristería y viveros para los penados que, una vez que superan la primera parte del programa pueden acceder al tercer grado penitenciario y, a partir de ahí, hacer prácticas en una empresa para luego dar el salto al mercado laboral. De los quince participantes, trece pasaron a esa segunda fase tras cuatro meses y nueve lograron un empleo. Tras el éxito de la primera edición, este año hay otros quince participantes que se están formando en limpieza de grandes superficies comerciales.

Desarrollado por la Fundación Érguete en colaboración con la Obra Social La Caixa e Instituciones Penitenciarias, el proyecto contempla formación teórica, práctica, y el trabajo de las aptitudes que los participantes precisan para adaptarse "con éxito" al mercado laboral. También incluyó una experiencia innovadora que consistió en reunir a los participantes con las madres fundadoras de Érguete. "El servicio solidario es una actividad pedagógica que les permite contactar con otras personas que han tenido realidades más duras que las suyas para que salgan un poco de ese egocentrismo que tienen ellos y que tenemos todos", explica María Rodríguez, coordinadora del programa Itínere, del que forma parte esta iniciativa.

La lucha en los 80

"Quisimos que conociesen a mujeres que eran amas de casa y madres, muchas con un nivel académico inferior al que podemos tener muchos de nosotros pero que se enfrentaron a un problema en el que estaban solas como era la adicción de sus hijos en una sociedad que desconocía totalmente el problema de la droga", añade María.

Eran los años 80 y aquellas madres decidieron crear una asociación "porque sabían que juntas eran más fuertes que separadas". Fue el nacimiento de Érguete, una historia que en los últimos meses ha dado a conocer la exitosa serie "Fariña", a la que su fundadora, Carmen Avendaño, agradece el papel "didáctico" que está ejerciendo entre la juventud, que conoce así un drama con el que convivieron sus padres y abuelos. "Hoy mismo (por ayer) acudí a una charla a un colegio en Nigrán y allí todos conocían la historia. Aunque la serie no es precisa sí tiene una base real y reconozco que me siento encantada y emocionada de que todos ellos estuviesen enterados de nuestras andanzas", indica Avendaño, que admite que no ha visto la serie, "apenas unos trocitos muy pequeños".

Mucho más crudos que "Fariña" son la película "Heroína" y el documental "Ni locas, ni terroristas" que vieron los participantes del programa Reincorpora Inout. "Ellas no tuvieron apoyo de nadie, se reunieron entre ellas y lucharon, sufrieron mucho y nos contaron también los problemas por los que pasaron en sus propias familias", explicó Manuel, que sufrió junto a sus compañeros durante el visionado de las cintas. "Lo pasaron fatal y nos sorprendió", explica María con la que también coincide Ana Álvarez, coordinadora de la Fundación Érguete, que subraya que, sobre todo el documental, "es desgarrador". "Ver ese documental debería ser de obligado cumplimiento, ellas cuentan que en aquella época iban a uno o dos entierros por semana y todos eran jóvenes", manifiesta.

No solo ellos aprendieron, ya que las madres fundadoras conocieron de primera mano los cambios que se han introducido en las prisiones de los que ellas son en gran parte responsables como el reparto de metadona, de jeringuillas o de preservativos entre los internos con problemas de drogadicción, algo "tabú" hace treinta años.

"La prisión no es un centro educativo y los machaca, es un sitio poco deseable para la reinserción y reconstruir y dar seguridad a estas personas no es nada fácil. El trabajo que hacemos con ellos es muy estimulante y aunque no soluciona su problema sí les ayuda a reincorporarse de una forma más normalizada al mundo laboral y social", precisa Avendaño.