María de los Ángeles Alfaya Bernárdez (Vigo, 1964) es escritora gallega, aunque la mayoría la conoce como An Alfaya. Es diplomada en Magisterio y Criminología, aunque la pasión que cultiva desde que tiene uso de razón es la escritura. Concretamente, la protagonista retrocede hasta el verano de 1979. Tenía 15 años y demasiadas inquietudes literarias. Su gran imaginación y capacidad para transportar sus ideas a los cuentos lograría convencerla, a finales de aquel verano, de sus grandes posibilidades como escritora.

"El verano que recuerdo es aquel en el que empecé a tener conciencia de que quería escribir, y además de que aquello que hacía podría ser publicarlo.Empecé a creer que podía dedicarme a la literatura en un futuro, aunque no fuera profesionalmente, por lo menos que formase parte de mi vida", afirma.

En aquel momento la autora tenía 15 años, y todavía acudía al instituto."Recuerdo que ya era una adolescente, había dejado la infancia atrás. Tenía 15 años y estaba estudiando en el instituto, en el Alexandre Bóveda, en el Coia II. Allí se formó un grupito literario y creamos una revista que se llamaba 'O besbello saltón'. En aquel momento estábamos plasmando entre todos nuestras inquietudes literarias", explica.

La creación de esta revista fue un impuslo para la autora, ya que tuvo la oportunidad de ver, por primera vez en su vida, una de sus obras plasmada sobre papel. "Había escrito un cuento que se llamaba 'Ansia Fatal'. Fue la primera vez que vi publicado un texto mío en algún lugar. El hecho de ver mi propio cuento publicado en la revista de mi instituto, me permitió tomar conciencia y pensar 'anda, pues puedo llegar a ser escritora'", asegura. Aquel verano de 1979 fue una época de muchos descubrimientos. La escritora explica que ella era "una chica solitaria", y que por tanto disfrutaba mucho de la soledad. En diversas ocasiones, cogía su mochila y se dirigía a lugares en los que podría dejar volar su imaginación y crear grandes historias.

Uno de sus lugares favoritos era la antigua estación de tren de Vigo. "Estaba sentada en la estación de tren. Me pasaba la tarde sentada en el andén y me ponía a observar a los pasajeros que subían y bajaban del tren. A partir de ahí empezaba a construir mis mundos y mis historias. No viajaba físicamente, pero sí mentalmente", resalta.

En ciertas ocasiones, la escritora se aventuraba y emprendía ella misma algún viaje a alguna ciudad cercana. "A veces, esporádicamente, me subía al tren y me iba hasta Santiago o hasta A Coruña. Aún así yo era una cría, entonces no tenía ni posibilidades económicas ni me dejaban mis padres", relata la escritora. Todos estos pensamientos e ideas eran plasmados en un cuaderno en el que la autora no solo escribía, sino que incluso dibujaba.

An Alfaya confiesa que todavía guarda estos cuadernos. De hecho, muchas de las historias que creó siendo niña, se acabaron convirtiendo en sus trabajos más aclamados. "El primer libro infantil que publiqué precisamente se desarrolla en una estación de tren y se llama 'El maquinista', aunque se publicara cuando yo era adulta", indica.

Aquellas personas acabaron siendo los personajes de ficción de la escritora, y lo mismo pasó con los lugares a los que acudía. Alfaya apunta que también visitaba con frecuencia el Parque Quiñones de León, donde concibió otra de sus obras. "Cogía mi mochila y me iba allí muchas tardes. En aquel parque, me perdía en medio de los árboles, en la Finca de la Marquesa y en el castillo", indica Alfaya, quien añade que el viejo magnolio de Castrelos también le aportó mucha creatividad. "Tenía unas raíces prominentes. Este árbol es centenario, y sus raíces sobresalen por encima de la tierra. Yo imaginaba que tenía vida, y que aquellas raíces en realidad se bifurcaban, se extendían por todo el bosque, y que allí habitaban unos seres mágicos. Me inventé toda esta historia. ¿Tú sabes lo bien que lo pasaba imaginándome todos estos mundos simplemente con mi mochila, en estos días?", indica.

A raíz de aquella historia del verano de 1979, una vez siendo adulta escribió "Os seres con raíces na cara". Lo mismo pasó con su obra "Buguina namorada", que relata la historia de una caracola que se enamora de un náufrago. Esta historia se concibió en uno de los paseos de la escritora por la playa de Samil, uno de sus lugares predilectos.

La autora señala que en aquel verano literario, con todas las letras, no solo nacieron las historias de sus futuras obras sino que consiguió algo más importante: "Para mí esos pequeños viajes que yo hacía con mi imaginación a partir de estos espacios físicos, me ayudaron a aposentar mi necesidad de escribir y a creer en mí, a empezar a decir que había posibilidades de que yo en un futuro, sin saber de qué manera ni cómo, me apeteciera escribir y publicar todas estas historias", resalta. Aunque la vocación literaria, tal y como ella afirma, ya había sido sembrada"años más atrás", el verano de 1979 le permitó refugiarse en esta actividad creativa que tanto amaba.