Condenado a pagar el resto de sus días por el éxito de esa obra cumbre del "spoiler" más tentador del mundo que es El sexto sentido, M. Night Shyamalan llevaba un largo tiempo perdido de descalabro en descalabro hasta que dio un volantazo con La visita y se hizo socio del club de la triple H: humor, humildad y habilidad. No era ninguna maravilla pero estaba lejos de los desastres previos. Se esperaba con expectación su nueva jugada y la acogida está siendo favorable aunque tampoco estemos ante una película memorable. De hecho, visualmente tiene poco del sello Shyamalan, que incluso en sus peores trabajos deja algunas ideas extraordinarias. Aquí concentra lo mejor en su arranque: miradas que esconden secretos, silencios amenazadores, espejos retrovisores que anuncian el horror, un secuestro contado con una capacidad máxima para extraer inquietud de los detalles más mínimos.

James McAvoy le ha robado a Meryl Streep el papel soñado: un montón de personajes embutidos en un solo cuerpo. McAvoy lo hace francamente bien. Mete miedo pero también da pena, a veces es risible y otras grotesco. Matiza muy bien cada uno de sus cambios de registro. Y Anna Taylor Joy le da una magnífica réplica como cautiva que también tiene la memoria atropellada por traumas infantiles. Sus duelos son magníficos, electrizantes. Cómo comunican. Cómo se entienden. Cómo se temen, por tanto. A su alrededor hay personajes poco dibujados. Las compañeras de secuestro, por ejemplo, meros cuerpos a los que quitar ropa y darles algún susto. Y, sobre todo, la psiquiatra que encarna Betty Buckley (la madre de Con ocho basta, ¿un guiño del director a su propia infancia?) y que solo sirve para llenar la película de banales explicaciones sobre el trastorno del protagonista y poner un poco de suspense violento. Las sombras de Psicósis y otros Hitchcock son alargadas y sinuosas (aquí tenemos a un Norman Bates a lo bestia, también hay escaleras, cortinas de ducha, agujeros en la pared y amenazas criadas fuera del plano) pero también hay ecos de Cronenberg (hay cierta escena arácnida sorprendente). Con su incordiante cruce de géneros (intriga, terror psicológico, viñetas sobrenaturales al final), Múltiple tiene la virtud de no ser previsible en su laberinto narrativo pero le falta fuelle a la hora de exprimir los mecanismos de la inquietud. Capítulo aparte merece esa "sorpresa" final con la que Shyamalan se homenajea a sí mismo. Habrá quien le vea la gracia.