Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La fuerza de la sangre

Un portentoso Jeff Bridges lidera una modesta pero eficaz historia crepuscular de atracadores justicieros

Ben Foster y Chris Pine, en un momento de la película. // FdV

Dos hermanos. Fuera de la ley. Distintos pero condenados a quererse. Uno tiene tendencia a meterse en broncas, es de gatillo fácil, le gusta hacer daño sin venir a cuento. Excesivo, imprevisible. Leal a su sangre. Con buena puntería y un valor a prueba de balas. El otro es también un tipo de vida amartillada, antecedentes penosos y penales, rematadamente listo y cansado de malos remates. Y con hambre de redención, deseoso de alejar la sed de mal. Ambos se embarcan en una aventura que parece suicida y atolondrada de atracos, huidas e incertidumbre, aunque con un plan diabólicamente perfecto detrás: robar a quienes se quedan con todo en el nombre del mercado. Con tanta astucia que las víctimas terminan siendo sus principales avales. No hay silencio más poderoso que el alimentado por la codicia. Lo que no esperaban los dos hermanitos, o tal vez sí, es que un agente de la ley curtido en mil botellas y con la cara surcada de heridas profundas les siguiera los pasos, acompañado por un compañero que es algo así como la voz ancestral de su conciencia.

La historia la hemos visto muchas veces, cierto, pero no pasa nada por repetirla cuando se hace con la suficiente inteligencia y el apreciable talento que se pueden encontrar en "Comanchería".

El toque de distinción lo pone, claro está, Jeff Bridges, con una de esas interpretaciones cargadas de poso en las que todo parece hacerlo sin esfuerzo, incluso mezclar en una misma mirada la pena y un estallido de júbilo al ver cómo conserva su buena puntería. Memorable. Pine y Foster no tienen fácil mantener el tirón de semejante titán, pero salen airosos, sobre todo el primero, capaz de mantener un cara a cara con Bridges sin quedar hecho unos zorros. rendirse.

Y el director, hasta ahora tan cambiante en sus registros como blandito en sus resultados, se crece ante una historia llena de claroscuros para teñirla de una oportuna melancolía sureña, tomándose su tiempo en las conversaciones sosegadas frente al horizonte y rodando los atracos sin fuegos de artificio para darles un toque de realista torpeza. Nada de acción para disfrute de la galería. Las balas no bailan: matan.

A la película le falta el subidón emocional y los desgarros inesperados de humor y violencia que hubieran aportado las manos de (por ejemplo) los hermanos Coen, pero el resultado, con el telón de fondo de un mundo donde la avaricia cose el saco y el progreso sigue machacando a los indios que una vez fueron los amos del lugar, tiene la fuerza y el descaro que se pueden exigir a un esforzado aspirante a la originalidad.

Y con grandes momentos como ese reencuentro de Pine con su ex mujer y su hijo, en el que las miradas hacen todo lo posible por expresar lo que esconden los silencios, o el enfrentamiento a tiro limpio de un tipo contra todos o ese cruce fatalista de disparos en la distancia y entre riscos que habría aplaudido Sam Peckinpah, maestro del crepúsculo.

Compartir el artículo

stats