Vagaba "Star Trek" en el limbo de las sagas con la brújula averiada cuando el listísimo J. J. Abrams, más próximo al universo de "Star Wars" sentimentalmente hablando, la cogió, le dio un buen meneo y la resucitó por la vía rápida con una puesta a punto brillante, poderosa incluso, que hacía olvidar el progresivo declive de la franquicia con títulos cada vez más irrelevantes. Abrams lo intentó de nuevo en una segunda entrega que se le fue de las manos y como parece un cineasta muy astuto para salir huyendo de la quema, le ha pasado los trastos en esta tercera aventura a Justin Lin, un señor especializado en carreras de coches con mucha chatarra y testosterona chorreando entre ruedas. Y el guión le ha caído en suerte al actor Simon Pegg (aunque hay otros cuatro acreditados, más los que no firman pero seguro que metieron mano), lo que, en principio, aporta más humor al tinglado galáctico.

Los seguidores incombustibles de las andanzas del "Enterprise" aquí despedazado y sus tripulaciones tienen un motivo extra para divertirse con esta tercera entrega de la nueva era. Los que no lo sean quizá se encuentren con una cinta entretenida en la que Lin aplica la fórmula de cuanto más rápido mejor, lo que a veces se traduce en algunas escenas de acción más bien confusas (los malvados dirán que torpemente rodadas). Y habrá quien se aburra soberanamente porque considere que el guión es más apropiado para un capítulo de televisión de una hora que para una película de dos, que el trabajo de Lin es de una vulgaridad aplastante porque se limita a empalmar planos sin preocuparse por transmitir tensión o zozobra, que el humor no tiene ninguna gracia, que el malvado encarnado por Idris Elba tiene un potencial totalmente desaprovechado, que los personajes principales deambulan sin que se desarrollen sus inquietudes y que la aparición briosa de Sofia Boutella se va apagando hasta quedar casi en nada. A elegir.

Hay en el arranque una escena que intenta ser amenazadora y acaba casi como una parodia de Gremlins que resume bien el espíritu dominante de esta tercera y pronto olvidada entrega, que intenta contentar a demasiados gustos (nostálgicos y recién llegados) y que, a diferencia del primer logro de Abrams, no rezuma espíritu de aventura y sí deja caer una sensación de rutinaria funcionalidad. No deja de ser significativo que los momentos más emotivos procedan de un simple plano de una fotografía carismática y de la reconstrucción acelerada de la colosal nave.