La escritora Elvira Lindo (Cádiz, 1962) habla de su experiencia en Nueva York en "Noches sin dormir," un diario escrito durante el último invierno que pasó en la Gran Manzana, en el que mezcla textos y fotografías propias, y en el que desvela cuestiones personales, como su relación con sus padres o su vida en pareja. Allí ha vivido once años, un tiempo durante el que, asegura, ha visto aumentar a los "sin techo".

-¿Por qué un diario?

-No lo sé, porque me aburre escribir sobre lo que he vivido durante el día. En un principio lo hice para mí, para mis amigos, antes de saber que lo iba a publicar. Es como un texto muy íntimo, contado en voz baja.

-En el libro habla de cuestiones personales, de su pareja, de su relación con sus padres. ¿No le daba pudor tratar estos temas?

-Sí. Pero también hago algo para protegerme de eso; no volver a abrir el libro. Habrá quien lo lea de manera morbosa, pero yo confío en el lector inocente que entra en la vida íntima de una persona por puro amor a la literatura.

-En un determinado momento afirma que ya no cree en dedicarle la vida a la literatura.

-Me ocurre muy frecuentemente. Hay quien tiene muy claro su oficio y nunca se plantea dejarlo. Yo no tengo esa seguridad.

-¿Qué le hace dudar?

-No sé si merece la pena la exposición pública. Me gusta muchísimo mi vida privada, quiero agrandarla lo más posible y reducir lo más posible los actos públicos. Por un lado es eso, y por otro que cosas en las que pongo mucho esfuerzo o muy personales sean manoseadas. Eso me preocupa.

-¿Y la respuesta del público?

-También me preocupa. Pero no me puedo quejar de mis lectores. Siempre son extremadamente afectuosos conmigo.

-¿Por qué decidió introducir fotografías en la obra?

-Quiero mostrarle al lector las cosas que estoy viendo todos los días, no el Empire State o la Quinta Avenida. Siempre me ha gustado la fotografía. Es una ciudad tan fotogénica, hay tantos personajes curiosos? [abre la obra y muestra imágenes del libro]. La mirada de este, que parece que me va a matar (ríe). O este, es un hombre sin piernas en la esquina de mi casa que estaba pidiendo todos los días.

-En el libro habla de los mendigos. ¿Qué le enseñan sobre la sociedad norteamericana?

-Pasé once años en Nueva York, y ahora hay muchos más sin techo que cuando llegué. La separación entre los que tienen muchísimo y muy poco es cada vez más grande. En Madrid también ocurre, pero en Nueva York o Londres es mucho más exagerado. Y en Nueva York se une la cultura americana, donde la gente está más desamparada, hay menos estructura familiar?

-El individualismo.

-Sí. Aquí tenemos más mecanismos para sobrevivir.

-En el libro parece que estaba desarraigada en Nueva York.

-Estando allí sentía la diferencia esa sociedad y yo, y ahora que he vuelto a mi país me he traído algo de allí, una manera de ser más libre y estar menos prisionero de los condicionamientos sociales.

-¿Es cierto que Nueva York es una ciudad más europea que norteamericana?

-Yo lo pensaba antes, pero Nueva York no se puede imaginar a Europa. Es profundamente americana en cuanto a valores: la idea de que el individuo tiene que sobrevivir sin ayuda de los demás, que el trabajo se premia siempre, la holgazanería se castiga, que el dinero te define? Y una gran idea de la responsabilidad personal.

-En el libro lamenta su falta de constancia. ¿Quisiera no haber tenido ese hándicap?

-Con mi carácter, me hubiera resultado imposible. Tengo una mente hiperactiva. En algunas cosas me hubiera ido mejor si me hubiera centrado, pero hubiera tenido que reeducarme desde mi infancia.

-¿Cuál es el papel del humor en su obra?

-Muy grande. Mi tono va de lo humorístico a lo melancólico muy fácilmente, y me da un poco de pena que no se me considere humorista, que es lo que realmente me gustaría (ríe). El humor está en todo lo que escribo y creo que es la esencia de mi manera de ser.

-Los personajes que aparecen en Noches sin dormir parecen destilar una gran dignidad, incluso en el caso de los mendigos.

-Sí. Podría haber hecho un diario solo con referencias culturales, y personajes con algún mérito intelectual. Pero ni eso es solo lo importante ni esas personas son las que me merecen más importancia. Hablo de la gente que trataba a diario y me parece que tienen entidad de personajes. Tienen algo de la heroicidad anónima de toda esa gente a la que le cuesta tanto salir adelante en una ciudad tan exigente.

-Ya en "Manolito Gafotas" habla de un niño de barrio humilde, de personajes de clase trabajadora.

-No lo hago para transmitir un mensaje, o por conciencia social, sino porque es la gente con la que he convivido desde mi propia infancia. Sé cómo son. Me resultan más atractivos, como personajes, que la diletancia de la clase bien. Y cuando escribí Manolito era extraño un personaje de clase trabajadora en un libro infantil. Ahora se ha puesto más de moda (ríe).

-¿Y la clase intelectual?

-Me interesa muy poco. No solamente en lo que escribo, sino en el medio en el que me muevo. Entre mis amigos no hay casi escritores. Estoy casada con uno [Antonio Muñoz Molina], pero en la relación te olvidas de tu condición literaria. Encuentro la forma de hablar de los libros en las mesas redondas antinatural e impostada, alejada de lo que la gente encuentra cuando lee.