Un exiliado cubano vuelve a La Habana. Allí se reencuentra con sus amigos en una azotea que mira al malecón. De noche. No hay una historia propiamente dicha, sí muchas historias que se cuentan, se recuentan o se esconden y hay que intuirlas o desenmascararlas. Entre líneas, entre miradas, entre cuerpos que se mueven en un espacio acotado. Cinco personas con mucho que decirse, con mucho que compartir después de tanto tiempo. La cámara del francés Laurent Cantet se torna invisible para dejar que los personajes dejen de serlo y se conviertan en seres de carne y hueso a los que espiamos sin que se den cuenta. Expuestos a nuestro escrutinio y por tanto indefensos, sinceros, desgarradores por momentos. El trabajo del reparto es insuperable, muestra una naturalidad que asombra, como sino hubiera papeles y estuvieran exhibiendo sus propias vivencias. Podría apestar a teatro filmado pero no: es emocionante, fresca, vivaz, y en el fondo inquietante y amarga.